(4) EL TRAIDOR, de Marco Bellocchio.

¿HÉROE O DELATOR?
El veterano y prestigioso “autor” del cine italiano Marco Bellocchio ha abordado con El traidor las actividades delictivas de la Mafia siciliana (llamada Cosa Nostra en EE. UU.), que nació en el siglo XIX como una organización secreta y solidaria, muy jerarquizada, para defender a los campesinos pobres de los abusos de los poderosos (otros estiman que para respaldar a la aristocracia y a los terratenientes) antes de convertirse en una organización criminal en busca del lucro. En los años 80 del pasado siglo modificó sus procedimientos cuando la heroína entró en el mercado y su tráfico produjo enormes beneficios. La violencia ya no respetó ciertas reglas y en el enfrentamiento de las “familias” se asesinó incluso a las mujeres y los niños. La guerra entre los capos ya no conoció tregua ni piedad.
El nuevo film de M. Bellocchio es un biopic sobre el mafioso Tommaso Buscetta (1928-2000) que asume las formas narrativas del thriller y de la crónica periodística basada en hechos reales. El relato se atomiza en diversas épocas (mediante flashbacks), desde los años 70 a los 90, para recrear la agitada vida del protagonista –asumiendo su punto de vista–con sus dos fugas y estancias en Brasil y en EE. UU. antes de ser retornado a Italia mediante extradición.
La película está muy bien realizada y utiliza el modelo narrativo dominante (los intérpretes, fotografía, planos y montaje son excelentes) aunque en los minutos finales se puede percibir una mirada psicoanalítica –no naturalista– propiciada por la mente de Buscetta, atrapado por los recuerdos, el dolor, el miedo y la sed de venganza. Gran parte del metraje se dedica a la colaboración del protagonista (situado entre dos fuegos: la Mafia y el gobierno) con el juez Giovanni Falcone, que le prestó protección a cambio de una confesión amplia y detallada que el informador nunca consideró una traición al código del “honor” sino la necesaria respuesta al sanguinario proceder de la Cosa Nostra, que había conculcado sus principios fundacionales ahora en manos del capo Totò Riina, del clan de los Corleonesi. En suma, dos horas y media de buen cine con la colaboración de Nicola Piovani (música) y de Vladan Radovic (fotografía).
No faltan algunas alusiones políticas: se sugiere la tolerante complicidad del presidente democristiano Giulio Andreotti (“il divo”) en las décadas de los 60 y 70. Pero en todo momento existe una clara voluntad de no esquematizar a los personajes, especialmente a Tommaso Buscetta que con su violencia inicial, dudas, miedo y afán de supervivencia asume la vía de la redención personal. Se aprecia una constante búsqueda de la verosimilitud psicológica en el tratamiento del protagonista quien, pese a su turbio pasado, goza del respeto del realizador frente a la nula complacencia con que se muestran (bastante elípticamente) los crímenes de sus adversarios.
Lo único que me ha chocado es el caos absoluto con que se describen los procesos judiciales contra los mafiosos (gritos, chulería, protestas, gestos insolentes, etc.), una conducta incorrecta que en ningún país democrático ha sido tolerada por unos jueces dotados de la autoridad suficiente para amonestar o incluso expulsar de la sala a los acusados. Quizás se haya querido potenciar lo insólito del espectáculo o dar a entender la confianza de los delincuentes en el gran poder de su organización, capaz de desafiar a las instituciones del Estado.
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