(4) JOKER, de Todd Phillips

LA RISA CONGELADA
El León de Oro ganado en el último festival de Venecia constituyó una gran sorpresa pues se trataba de una realización seria de Todd Phillips, un acreditado especialista en comedias desmadradas (la serie continuadora de Resacón en Las Vegas) que logró convencer a la Warner Bros para que financiara una especie de osada explicación retrospectiva –tan amplia como profunda– de los orígenes y evolución de un personaje secundario del cómic “Batman” (1940), un simple villano enfrentado al legendario superhéroe de la noche. Pero el guión resultante ha sido totalmente inventado pese a la permanencia de la ciudad de Gotham, megalópolis de ficción sumida en la corrupción y el caos; ahora en 1981 también ahogada por las injusticias y las desigualdades sociales. La evocación del clima de Taxi driver (Martin Scorsese, 1976) parece evidente.
La palabra inglesa joker significa payaso o bromista (la profesión de Arthur Fleck) y más en concreto se refiere al comodín de la baraja de póquer con su figura del arlequín o bufón. La película es cine de primera calidad no sólo por el magnífico vestuario (predominio de los tonos rojos y azules) y el imaginativo maquillaje sino especialmente por el extraordinario trabajo interpretativo de un Joaquín Phoenix que tuvo que someterse a un duro proceso de adelgazamiento.
En este drama convertido en tragedia, el actor borda el complejo papel de hombre frustrado y humillado que, lleno de rabia y desesperación, se convierte en un marginado social contemplando impotente cómo naufraga su cotidiana existencia. Por eso resulta aplastante la lógica sucesión de locura y violencia que termina convirtiéndole en involuntario modelo de vengador y justiciero aclamado por todos los perdedores y supervivientes en un sistema sumamente competitivo.
El modesto animador de fiestas, clubs de la comedia y residencias de ancianos acaba utilizando su disfraz profesional para materializar su enfermizo sueño de éxito y notoriedad mediante la destrucción de abusadores y privilegiados de toda laya. La vida privada se transmuta en acciones públicas, lo que ha resultado ser el punto más polémico del film para quienes piensan que del testimonio moral se ha pasado –sin fundamento suficiente—a la apología política de la arbitrariedad y la anarquía.
Pero el discurso de Joker se nos aparece como el propio de los relatos intimistas, resultantes de una percepción del mundo netamente subjetiva, en esta ocasión la de un enfermo mental que ha forjado su visión del mundo a partir de traumas personales, familiares y laborales generados por un entorno hostil. Su progresivo desquiciamiento, sin embargo, parece deberse a la soledad y al abuso de fármacos pero también a probables pulsiones de narcisismo y de rencor. Arthur Fleck sin embargo es un rebelde que aspira sobre todo al triunfo, a ser reconocido como un buen cómico: la televisión sería el medio ideal para consagrar y difundir su prestigio.
El estilo narrativo utilizado por el film no deja de sorprendernos y maravillarnos. No hay planos redundantes por su obviedad: hoy en día la mayoría de películas recuren a lo anecdótico como mero relleno, con impulsos y gestos que ya conocemos de memoria tanto por una lógica elemental como por experiencia personal. Aquí un montaje riguroso elimina todo lo superfluo mediante elipsis que nos ofrecen –con un ritmo ágil y preciso—lo esencial, lo que realmente interesa, lo que nos sorprende y lo que estimula nuestra imaginación: expresividad actoral, encuadres oblicuos, fotografía de aspecto sombrío, etc. Y una estupenda banda sonora con magníficas melodías y canciones que modelaron la sentimentalidad de los años 80.
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