(3) HASTA SIEMPRE, HIJO MÍO, de Wang Xiaoshuai.

SAGA FAMILIAR EN LA CHINA CONTEMPORÁNEA
Wang Xioaoshuai (Shanghai, 1966) pertenece a la llamada “Sexta generación de cineastas chinos” y halló dificultades en sus comienzos profesionales tanto para encontrar financiación como para sortear los rigores de la censura. A nuestras pantallas, de su abundante producción sólo habían llegado La bicicleta de Pekín (2000) y Sueños de Shanghai (2005), filmes galardonados —respectivamente— en los festivales de Berlín y de Cannes. El reciente Hasta siempre, hijo mío ha logrado, también en Berlín, el premio a la mejor interpretación, la de su pareja protagonista.
Esta última película constituye lo que antes se denominaba un “film-río”, tanto por su larguísima duración (tres horas) y la cantidad de personajes formando un fresco histórico coral como por el encadenamiento de numerosos y variados sucesos de carácter dramático. Se trata de un relato de estructura novelesca, un melodrama familiar que conjuga dos líneas narrativas que evolucionan en paralelo: las peripecias individuales de los esposos Yaoyun y Liyun por una parte y, por otra, el marco socio-político-económico en el que transcurren sus vidas en los últimos 40 años.
Las situaciones personales se suceden al mismo tiempo que cambian las circunstancias históricas de China: el dogmatismo de una “Revolución cultural” que azota a un campesinado pobre y le impone la norma del “hijo único”; las posteriores reformas económicas de Deng Xiao Ping con la implantación de los dos sistemas: el liberalismo capitalista en economía y una férrea dictadura comunista en la organización del Estado; la transformación industrial y tecnológica con la población concentrada en las grandes ciudades; la producción en serie y la exportación de bienes que permiten un mayor bienestar con nuevas viviendas, coches, costumbres occidentales, supermercados, turismo, etc.
Los responsables de la película no han ocultado los enormes esfuerzos del pueblo durante la aplicación forzosa de los planes modernizadores de Mao —alfabetización, reforma agraria, incipiente industrialización—; la crisis económica y el desempleo; el férreo control ideológico; el elevado coste personal en el logro del progreso material… todo lo cual viene a enmarcar los sacrificios y penas del matrimonio protagonista, cuya tragedia más dolorosa es la muerte de un hijo. En su tramo final, el film nos muestra a una nación próspera y refulgente donde muchos ciudadanos se han convertido ya en autónomos como ricos empresarios, con un mercado que imita el modelo occidental capitalista. El final feliz va acompañado sin embargo del melancólico recuerdo de los duros tiempos pretéritos —y seguramente también de la añoranza de unos lazos afectivos más humanos—, un cambio convertido en obligado epílogo propagandístico de las excelencias de la actual República Popular China.
La doble articulación en lo temático (sufrimiento / prosperidad) se corresponde también con lo estilístico. Hay formas narrativas propias del cine de “autor”, con sus rupturas temporales —bloques a modo de episodios autónomos que saltan hacia atrás y hacia adelante— que no sólo sirven para denotar la evolución de las personas y del país sino que también dejan lagunas cognitivas que poco a poco se van rellenando. Hay pues un tono general de crónica naturalista aunque el discurso lineal, dominado por la lógica, es interrumpido por numerosas elipsis y por un ritmo particularmente lento con planos sintéticos de larga duración que convierten a la cámara en un testigo imparcial de los acontecimientos y que nos invitan a pasar desde la mera contemplación a la reflexión.
Lo que no sé si obedece a una intención simbólica o a un fallo de caracterización es el haber mantenido el mismo o parecido aspecto físico de algunos personajes, sin envejecer apenas, pese al transcurso de los años.
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