(4) LA MIRADA DE ORSON WELLES, de Mark Cousins.

LAS MÁSCARAS DE UN GENIO
Después de un magnífico estudio fílmico sobre la figura de Ingmar Bergman, nos llega otro excelente documental biográfico sobre el monumental cineasta Orson Welles (1915 – 1985), cuyo eje narrativo germinal es una colección de desconocidos dibujos del autor de Ciudadano Kane (1940) proporcionados a su hija menor Beatrice —la niña de Campanadas a medianoche (1965)—.
El film es un recorrido exhaustivo en torno a la vida privada y profesional de un creador dotado de un talento precoz y enciclopédico cuyo complejo carácter y fecundo trabajo no nos es mostrado de manera cronológica lineal como hubiera hecho cualquier biopic convencional sino mediante cinco capítulos articulados a modo de un sintético repertorio temático que engloba desde sus primeras preocupaciones sociales —el crack del 29 y la Gran Depresión— hasta sus años de formación y madurez transcurridos en diversos países —Irlanda, Estados Unidos, Italia, España, etc.— sin olvidar su predilección por encarnar a reyes y magnates corruptos —inclinación facilitada por su rotunda complexión física— y su compasión por las víctimas del poder, incluyéndose probablemente a sí mismo, un marginado de la industria de Hollywood que, pese a todo, no pudo matar ni su enorme creatividad ni el histrionismo hedonista —disfraces, maquillaje, ángulos enfáticos en muchos planos de sus personajes— de un amante irredento del buen vivir y de los mundanos placeres.
Este documentado reportaje, lleno de datos y de reflexiones, ha sido confeccionado por el británico Mark Cousins al mando de la dirección, el guión y la fotografía, con la brillantez y originalidad propias de un profesional inteligente e inquieto que exhibe aquí todo el repertorio de virtudes que le adornan: amplios conocimientos, sutilezas conceptuales, riqueza iconográfica, entusiasmo cinéfilo, buenas dosis de ironía, cierta insolencia en el tono…
No hace falta que la película insista, por motivos sobradamente conocidos, en el destino “maldito” de la figura y obra de Orson Welles —paralela a otro caso emblemático: Erich von Stroheim— que no pudo ser domada ni asimilada por un sistema únicamente preocupado por el espectáculo gratificante y el negocio suculento, sin interés alguno por las innovadoras, imaginativas y rigurosas aportaciones formales —narrativas y expresivas— del genial cineasta biografiado.
También he de confesar que tras la proyección me asaltó la duda de si la historia de los dibujos —bocetos y caricaturas— hallados en una caja olvidada no es sino un macguffin hitchcockiano inventado por Mark Cousins para articular el relato con tanta originalidad como atrevimiento. El fugaz plano, hacia el final, de la elaboración mecánica de los croquis e ilustraciones así parece sugerirlo.
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