(1) ÉRASE UNA VEZ EN… HOLLYWOOD, de Quentin Tarantino.

CINE DE PALOMITAS
Si Pedro Almodóvar forjó su estilo viendo “Cine de Barrio” y Martin Scorsese aprendió su oficio asistiendo a las proyecciones de cinematecas universitarias, Quentin Tarantino modeló su gusto fílmico y su praxis narrativa empapándose de series televisivas en su infancia y atracándose de subproductos de videoclub. No por ello se convirtió en un competente cinéfilo sino en un mero devorador de películas de serie B, generalmente detestables.
Asimiló a fondo del relato lo que era un encuadre impactante, la esencial función del montaje y el importante papel del ritmo para poder captar y mantener la atención del espectador, destacando siempre el centro de interés de los planos y perfilando con dos trazos los rasgos de unos personajes siempre arquetípicos. Se ha convertido así en el profeta de una joven generación cautiva de la imagen —una cultura del icono y no de la idea, de la pulsión instintiva y no del sentimiento—, en el hechicero de un cine únicamente entendido como espectáculo y divertimento.
Érase una vez en… Hollywood es su película nº 10 y 1/2 —todo el mundo olvida que dirigió un episodio de Four Rooms (1995)— y para mí ha resultado muy decepcionante, incluso irritante, posiblemente la peor de su carrera. Tarantino domina la técnica del lenguaje audiovisual pero lo que suele hacer con este instrumento de comunicación sólo ha logrado interesarme en dos o tres ocasiones. Ha contado ahora también con un gran presupuesto, con dos famosos actores como protagonistas, con una amplia lista de intérpretes invitados… pero su guión es en esencia una fantasía muy personal, sin rigor alguno, sobre la “fábrica de sueños”, con consecuencias pegadas una detrás de la otra, vacías de pensamiento, sin desarrollo ni continuidad en cuanto a tipos, conflictos y motivaciones.
Banal, machista, misógino y fascinado por la violencia gratuita, al realizador sólo parece interesarle —al igual que su público— el sensacionalismo, lo sorprendente, lo impactante, el golpe de efecto… buscando y encontrando en todo momento la fiel complicidad del espectador. No pretendamos, pues, encontrar aquí idea solvente alguna sobre el cambio de era en el Hollywood de finales de los años 60, sobre la crisis del sistema de los Grandes Estudios, sobre la jubilación de las viejas estrellas o sobre la irrupción de una nueva oleada de cineastas con temas más realistas y con innovadoras formas narrativas, inspiradas por cierto en el cine de los “autores” europeos.
Destacan, lamentablemente, sus prejuicios contra las utopías hippies de la época —drogatas, putas, cómplices del psicópata asesino Charles Manson— y contra el polaco Roman Polanski que les “robó” a la guapa tejana Sharon Tate. Para Tarantino lo único que vale la pena es el spaghetti-western y los subgéneros de acción poblados de machos alfa. Es la elemental mentalidad de la conservadora América profunda. La que consume este cine palomitero, iletrado, esquemático y eternamente adolescente. Eso sí, de enorme éxito popular.
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.