(3) EL PERAL SALVAJE, de Nuri Bilge Ceylan.

LA VIDA EN EL CAMPO
Del turco Nuri Bilge Ceylan siempre esperamos una película personal y sugestiva aquellos que hemos podido ver los títulos clave de su filmografía: Lejano, Los climas, Tres monos, Érase una vez en Anatolia y Sueño de invierno. Con la habitual colaboración en el guión de su mujer Ebru Ceylan nos ofrece ahora un extenso relato (más de tres horas) cuyo carácter existencialista le permite estudiar no sólo la complejidad de la condición humana sino también los ambientes que enmarcan la vida del protagonista en la Turquía actual, con el contraste entre lo urbano y lo rural: una sociedad atrasada y entrañable, tradicional y evocadora de recuerdos inolvidables, pobre pero abierta al progreso. Los distintos paisajes van condicionando los cambiantes estados de ánimo de Sinan, cuya soledad y desarraigo permiten desgranar todo un catálogo de sensaciones en torno a la dicotomía ciudad-campo, intelectual-campesino, hombre-mujer, padre-hijo…. en la urgencia de un proceso reflexivo que es, en gran parte, autobiográfico.
Esta coproducción multinacional, de ambiciosas pretensiones testimoniales, discurre entre el costumbrismo del quehacer cotidiano y la búsqueda trascendente del sentido último de nuestras dudas y zozobras. Y se percibe una mezcla estilística que a partir de un realismo de signo naturalista introduce los sueños y dota al conjunto de una dimensión metafórica. El film describe el incesante deambular del protagonista a través de diferentes espacios (urbe y aldea, edificios y campos, librerías y colinas, plantas y animales) en todos los cuales el joven recién titulado como maestro (pero sin empleo ni sueldo) expresa su profundo malestar, su orgullo herido y su intransigencia ante un mundo que le rechaza y en el que se considera un extraño. Su gran afición a la literatura acaba por impulsarle a la autoedición de un libro lleno de experiencias propias que titula “El peral salvaje”. Eso en un país donde “escribir es llorar” porque nadie lee.
El peso de la tradición, la incultura y el atraso de la Turquía profunda permiten mostrar los desequilibrios de una sociedad alejada de la modernidad que produce la sensación de un frío egoísmo (un sálvese quien pueda) en las relaciones humanas. La singularidad narrativa de El peral salvaje consiste en utilizar una sucesión de dilatadas secuencias aparentemente inconexas que adquieren al final un sentido tan unitario como trascendente. Nos hallamos ante una especie de road movie a la vez material y mental en donde los diversos lugares visitados generan su particular bagaje de conocimientos que explican, de forma parcial, lo que denominamos el mundo global. Toda la angustia y desorientación de Sinan desemboca sin embargo en una paz firmada consigo mismo, con su entorno familiar y con el sector de la ciudadanía con el que se relaciona. ¿O se trata de una obligada resignación? La reconciliación final entre el hijo y el padre, pese a los muchos defectos del progenitor, se apoya fundamentalmente en la comprensión y en el efecto dormido durante años pero dispuesto a despertar en determinado momento. La dimensión onírica y metafísica de la reconciliación no excluye sin embargo la idea de la fatalidad de la experiencia cumulada y del inevitable peso de la herencia biológica.
Los cinéfilos habituados a los tics y obsesiones del cine de “autor” disfrutarán de este casi interminable pero apasionante relato elaborado mediante largas secuencias e inacabables diálogos socráticos (en realidad, discusiones en busca de la verdad) sobre todo lo divino y lo humano (religión, política, economía, educación, amor, familia, etc.). De esta ambición analítica y de esta dispersión discursiva –es cierto– puede brotar la sensación de una falta de coherencia y profundidad. Pero la variedad de situaciones, la belleza de las imágenes y la precisión descriptiva de los planos-secuencia son cualidades formales de una película que logra armonizar las largas tomas con el montaje clásico sin prescindir de las oportunas elipsis y de una atención máxima a los detalles.
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