(3) UTOYA, 22 DE JULIO, de Erik Poppe.

LA ISLA DE LA MUERTE
Nos hallamos ante una película de ficción —con guión previo— que adopta la forma de reportaje documental en torno a los trágicos sucesos del 22 de julio de 2011 en la pequeña isla noruega de Utoya, donde un neonazi armado con un rifle causó 72 muertos y más de 80 heridos graves a lo largo de los 72 minutos en los que persiguió y disparó contra los jóvenes y adolescentes —chicos y chicas— que disfrutaban de un campamento estival organizado por la Liga Juvenil del Partido Laborista. Horas antes había estallado una bomba en un edificio gubernamental de Oslo.
Se trata pues de una reconstrucción fílmica realizada por unos guionistas y un director, de 90 minutos de duración, con la particularidad de estar hecha mediante un único plano-secuencia que reproduce los 72 angustiosos minutos en que el asesino actuó en la isla antes de ser detenido por la policía. El realizador Erik Poppe (Oslo, 1960) había sido reportero gráfico de guerra y ya conocíamos dos películas suyas estrenadas puntualmente entre nosotros: Mil veces buenas noches (2003) y La decisión del rey (2016).
Las prestaciones de las modernas cámaras digitales han hecho posible la proeza técnica de filmar en un solo plano todos los desplazamientos de la protagonista Kaja (18 años), que asume el punto de vista narrativo aunque el tomavistas presenta los hechos como un relato en tercera persona (objetivo). Antes del rodaje hubo varios meses de ensayos con actores/actrices y cinco tomas de la representación de los acontecimientos, resultando elegida la última de ellas.
Utoya, 22 de julio ganó el premio del Cine Europeo 2018 a la mejor fotografía gracias a unas imágenes susceptibles de captar a la perfección la huida y el escondite en busca de la supervivencia, los encuentros con compañeros/as, la máxima tensión y miedo en los momentos de mayor peligro… por lo que la película permite dos posibles adscripciones de género: el terror —una amenaza exterior, fuera de campo, desconocida e inexplicada; la incógnita del momento de la temida muerte y la identificación entre personaje y espectador— y el suspense —se sabe lo que está sucediendo y lo que puede pasar, pero no el momento preciso de la catástrofe personal—.
El director ha elegido la concreta forma narrativa del largo plano-secuencia para lograr la máxima sensación de realismo y para implicar absolutamente al espectador en lo que se está narrando. El estilo adoptado es el de la máxima estilización eliminando todos aquellos elementos perturbadores del exacto conocimiento y de la pura emoción: el espectáculo, la manipulación psicológica, el heroísmo, el panfleto político o moral, etc. El terrorista sólo es percibido fugazmente a lo lejos y lo que asusta es el seco sonido de los disparos. Y el film acaba justo antes de la llegada salvadora de la policía, lo que hubiera confortado al espectador resolviendo la tensión acumulada.
Gran parte de la información se concreta en los rótulos finales, que nos hacen sabedores del número de muertos y heridos, de la personalidad del neonazi Anders Breivik, que no se arrepintió de nada en el juicio posterior; de los fallos de las fuerzas del orden, de la falta de vigilancia preventiva y de la excesiva tardanza en llegar a la isla; del auge de la extrema derecha en Europa…
Erik Poppe y sus auxiliares accedieron a una amplia documentación previa a la escritura del guión y al rodaje: actas del juicio, libros, audiovisuales, testimonios de supervivientes, etc. El resultado es un film muy rico en datos que ha optado por relatar los acontecimientos en forma de pesadilla y de acumulación de traumas psicológicos. Sin olvidar el mérito de haber hecho coincidir, en gran parte del metraje, el tiempo real —la duración de los hechos— con el tiempo cinematográfico —la extensión del relato en forma de película—.
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