(3) TOUCH ME NOT – NO ME TOQUES, de Adina Pintilie.

INCAPACIDAD DE AMAR Y GOZAR
El Oso de Oro a la mejor película concedido en el festival de Berlín 2018 levantó una gran polémica y en las sesiones de la única sala de Valencia que la ha programado algunos espectadores, incomodados por lo que ven y oyen en la pantalla, deciden abandonar su butaca.
La rumana Adina Pintilie (Bucarest, 1980) estuvo trabajando siete años en el proyecto antes realizar este film, una mezcla de documental y ficción en torno al cuerpo humano como campo de batalla en el momento en que la construcción de la identidad personal —un trayecto de índole cultural más que biológico— el envoltorio carnal se convierte en una barrera infranqueable en un mundo inhóspito del que el individuo no se siente partícipe. Frente al otro puede haber una represión de las emociones y los deseos, lo que hace imposible una sexualidad compartida y placentera, bloqueada por la vergüenza, el miedo y los prejuicios.
La película presenta los casos de tres pacientes sujetos a tratamiento de psicoterapia —Laura, Tomás y Christian— que evitan todo contacto físico con los demás. Una doctora intenta eliminar sus obsesivas aversiones en busca de su completa liberación.
Touch me not – No me toques es la opera prima de una realizadora que quizás, tenga algún parentesco con otro interesante cineasta rumano: Lucian Pintilie —Última parada: el paraíso (1998)—. La frialdad expresiva, a modo de una obra experimental de video-arte, puede obedecer a la búsqueda de la máxima objetividad con una cámara ajena a toda concesión morbosa, apriorismos conceptuales y sensiblería melodramática a la hora de apropiarse racionalmente del ser humano como objeto sometido a observación. Se descubre así que el acto amoroso, tanto en lo afectivo como en lo genital, es el resultado de un largo aprendizaje desde la niñez que puede resultar traumáticamente dañado por prohibiciones, la idea de pecado, los remordimientos… que son en realidad diques sociales, constructos ideológicos que inciden —positiva o negativamente— en la ulterior conducta del sujeto, en sus variadas manifestaciones de afecto, deseo, ternura, inhibición, culpa, etc.
Puede surgir entonces la disociación entre la libido y su realización si hay una ocasión de placer que nos negamos a experimentar como consecuencia de normas restrictivas —la conciencia generadora del tabúes— impuestas durante el proceso de formación de la identidad. Adina Pintilie lo explica remontándose a los primeros contactos entre la madre y el bebé que si son naturales, lejos de toda patología, influirán favorablemente en el desarrollo posterior de la autoestima, la independencia, la empatía y la capacidad de goce.
De ahí la importancia de una vida familiar sana y gratificante, no tóxica, en un ámbito primigenio en el que se establecen las formas de relación con el propio cuerpo y con el de los otros, la riqueza de las emociones y la posibilidad de una sexualidad satisfactoria, todo ello entendido en una dimensión psico-social, colectiva, política en definitiva.
El film es pues una propuesta a los espectadores para interesarlos por la verdadera naturaleza humana, una invitación a que reflexionemos sobre las propias experiencias y sobre la sistemática valoración de las mismas. La directora ha hecho declaraciones sobre la necesidad de una profunda revolución individual trascendiendo el dogma de la normalidad y de la belleza absolutas mediante la aceptación de uno mismo con todas sus limitaciones e imperfecciones.
En definitiva, debe afirmarse y robustecerse la autonomía personal, la legitimidad de la diferencia y la tolerancia con los demás. Aunque de hecho resulte muy difícil la aceptación de todas estas optimistas y generosas prescripciones. Sobre todo cuando el sujeto sufriente vive atrapado y angustiado por graves disfunciones que merman sus facultades.
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