(3) EL VENDEDOR DE TABACO, de Nikolaus Leytner.

EL APRENDIZ DE TODO
La novela de Robert Seethaler se convirtió en un magnífico guión y Nikolaus Leytner ha dirigido el film con tanta pericia narrativa como profunda sensibilidad. El contexto geográfico es la convulsa Viena de 1937 adonde llega desde su pueblo el adolescente Franz Huchel para trabajar como aprendiz en el estanco de Otto Trsnjek, que perdió una pierna como soldado en la Gran Guerra.
En la tienda conoce el muchacho al psicoanalista judío Sigmund Freud (1856-1939), empedernido fumador de puros habanos, un hábito que acabaría minando seriamente su salud. Las circunstancias históricas son especialmente dramáticas ya que en marzo de 1938 se produce la anexión de Austria a la Alemania nazi —formando la gran nación pangermánica— y la invasión del país por las tropas del III Reich ante una población mayoritariamente satisfecha. La persecución y ejecución de judíos y de rojos comienza de inmediato. Freud tiene que marcharse al exilio en Londres y los personajes principales del relato acaban trágicamente. Sólo los que se adaptan a los nuevos tiempos logran sobrevivir.
La historia que se narra constituye una afortunada mezcla de poesía y horror. El clasicismo naturalista de la vida cotidiana se combina acertadamente con elementos metafóricos: imágenes de arañas y mariposas —verdugos y víctimas— y sutiles referencias al clima opresivo del momento, concretado tanto en el estanco —un espacio en el que la honestidad se traduce en heroica resistencia— como en el cabaret, donde el erotismo y los chistes —sobre Hitler primero y sobre los judíos después— definen el ideario colectivo de la conservadora clase media vienesa. La evocación del famoso film de Bob Fosse (1972) es inevitable.
El marco social viene enriquecido por la presencia y el papel de la joven prostituta, una emigrante ilegal que termina como esclava sexual de los nuevos amos, la cálida relación epistolar de Franz con su madre acosada por el lascivo patrón y, especialmente, el acelerado y doloroso proceso de maduración personal del muchacho, aconsejado por ese “padre” racional que es Sigmund Freud —el padre emocional sustitutorio sería el dueño del estanco— que con sus comentarios y reflexiones vuelca en su alumno las limitadas experiencias vitales de un anciano y el fruto de sus estudios neuro-psicológicos. Gran importancia tienen también los sueños del joven protagonista, mostrados mediante imágenes grises de carácter simbólico-expresionista que denotan la angustia experimentada ante el auge de la violencia social y el dolor causado por un amor imposible.
Bruno Ganz, en uno de sus últimos trabajos previos a su muerte, encarna de forma contendida y entrañable al médico vienés que contribuye con sus gestos y palabras a dotar de notable dimensión emocional a una película en la que deseos y frustraciones juegan un papel fundamental.
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.