(3) IDENTIDAD BORRADA, de Joel Edgerton.

“CRIMEN” Y CASTIGO
Segundo largometraje del actor y realizador australiano Joel Edgerton —tras el inquietante thriller El regalo (2015)— cuyo guión se inspira en un libro autobiográfico de Garrard Conley, constituyendo una inteligente aproximación al tema de la homosexualidad masculina y un certero análisis de las circunstancias que impiden su libre y gozosa manifestación.
Perseguida durante siglos, la atracción —el deseo y su satisfacción— entre personas del mismo sexo ha tenido en el cine variadas formas de expresión, desde la pornografía a la caricatura, desde la sátira al drama y desde la militancia apologética al discurso psicoanalítico. En esta ocasión se ha pretendido dar un testimonio dotado de la mayor objetividad posible aun cuando su pretensión real haya sido la de dirigir sus dardos reprobatorios contra las sociedades puritanas, contra toda moral represiva y las religiones repletas de prejuicios, condenas y prohibiciones.
Con la decisiva labor de buenos intérpretes —Lucas Hedges como protagonista y Nicole Kidman/Russell Crowe como sus padres—, entre los que figura el propio director como el terapeuta-jefe, el film relata la tremenda historia de Jared Eamons, de 19 años, al que su familia —sustentada en valores tradicionales: el padre es pastor baptista en una población rural— lleva a un centro especializado en la “curación” de personas de sexualidad “depravada” donde las somete a diversas prácticas de recuperación de la “normalidad” —vigilancia, interrogatorios, prohibiciones, castigos, consignas, amenazas, etc.— que van ligadas a una dura represión cuya finalidad es la inculcación de un profundo sentido de culpabilidad y de rechazo del pecado, lo que esconde un extremado fanatismo religioso y el mantenimiento de un lucrativo negocio —sesiones terapéuticas y hospedaje—.
Un estimable guión —lleno de detalles descriptivos— y una eficaz dirección —que pone en evidencia los brutales mecanismos de chantaje moral y de manipulación psicológica— sustentan esta interesante película defensora de la libertad individual y defensora del criterio de que la homosexualidad no es una enfermedad, genética o adquirida, sino una opción vital y que, por tanto, no puede ni debe ser objeto de curación. El conflicto reside, en todo caso, en su no aceptación por la propia persona afectada, víctima de estrictos preceptos morales y de fuertes presiones sociales que, en muchos casos, enmascaran una terrible hipocresía —un consejo: releer las memorias de Terenci Moix—. Lo grave es que la dureza, irracionalidad y crueldad del sistema denunciado por la película sigue vigente en 40 de los 50 estados norteamericanos.
La fotografía deja muchas de las escenas sumidas en una penumbra que pretende reflejar la confusión y el tormento interior del joven protagonista atrapado en la angustia, la inseguridad y la culpa, pero aún así creo que podrían haberse logrado imágenes de mayor calidad.
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