(3) DOLOR Y GLORIA, de Pedro Almodóvar.

RECUERDOS
Nunca he sido entusiasta del cine de Pedro Almodóvar (Calzada de Calatrava, 1950), un realizador mimado por el público y por gran parte de la crítica especializada. Siempre he pensado, sin embargo, que era un gran “autor”, que su obra era original y genuina aunque sus guiones fueran discutibles y sólo alcanzaran cierta solidez gracias a la participación de buenos intérpretes y, especialmente, de magníficos técnicos como han sido determinados directores de fotografía (J. L. Alcaine) y compositores (Alberto Iglesias).
Su última película ha sorprendido a todos favorablemente tras dejar atrás su fantasioso desmadre y su afectado manierismo en favor de una austeridad y una continencia narrativa, ahora en clave dramática, que logran conferir profundidad conceptual y existencial a lo que antes sólo eran fruto de brillantes y graciosas ocurrencias.
Dolor y gloria no es un film rigurosamente autobiográfico sino un relato de ficción grandemente inspirado en la propia vida, las experiencias, reflexiones y evocaciones del famoso realizador manchego. El eje de la narración está materializado por su protagonista Salvador Mallo, alter ego del propio Almodóvar —sobriamente encarnado por Antonio Banderas—, en una operación introspectiva a modo de confesión que ya efectuaron tanto el maestro italiano de Rímini —Fellini, ocho y medio (1963)— como François Truffaut —La noche americana (1973)—, Bob Fosse —Empieza el espectáculo (1979)— y Woody Allen —Recuerdos (1980)—.
La película se articula mediante numerosos saltos narrativos en el tiempo —presente y pasado alternados mediante flashbacks— a partir de la situación actual de un director de cine ya maduro, notablemente enfermo y deprimido. Los diversos encuentros de este personaje crepuscular y algunos episodios de su infancia adquieren un valor significativo determinante: la secretaria, el antiguo amante, la madre, el actor que ha participado en muchos de sus trabajos fílmicos, etc. La soledad y la angustia que le atormentan pese al éxito profesional, la fama y la fortuna, son el resultado de las diversas etapas de su trayectoria vital: el descubrimiento de su homosexualidad, su pasado familiar como emigrante, el amor a los libros y al cine, la drogadicción… Hasta que el niño “diferente”, señalado y discriminado en tiempos de la España franquista, puede liberarse gozosamente del escarnio con la llegada de la “movida” madrileña de los democráticos años 80.
En esta película, la nº 21 en la carrera profesional de Almodóvar, el creador autodidacta que bebió en el manantial de la cultura pop y de la mitología de los cines de barrio ha alcanzado una digna y serena madurez desgranando su doble trayectoria particular y artística, mostrando algunos episodios de sus experiencias íntimas —situaciones, ideas, sensaciones y gustos— venciendo los diversos obstáculos que dificultaban su integración social en un país incómodo, rancio y acomplejado, especialmente dominado por la tradición, la beatería y la ignorancia.
Podemos constatar que el film presta mucha más atención a la vida privada del protagonista —Mallo-Almodóvar— que a su filmografía, subrayando antes los resortes psicológicos y afectivos que sus logros como cineasta. Ha dado más importancia a sus vivencias interiores, especialmente a las de su etapa infantil —una familia mostrada con significativa ausencia del padre y de hermanos, canciones populares, objetos de uso cotidiano, costumbres arraigadas, actrices fetiche, etc.— que a su carácter icónico como representante de una modernidad juvenil surgida de las entrañas de la España negra.
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