(3) CAFARNAÚM, de Nadine Labaki.

MARGINACIÓN, CAOS Y VIOLENCIA EN BEIRUT
La actriz, guionista y realizadora Nadine Labaki (Líbano, 1974) había logrado un cierto prestigio con sus dos primeras películas, que llegaron puntualmente a nuestras pantallas, Caramel (2007) y Y ahora ¿a dónde vamos? (2011). Con Cafarnaúm ha ganado el premio del Jurado en el último festival de Cannes como reconocimiento de su contundencia testimonial en la denuncia de serias y frecuentes injusticias colectivas, un recurso estilístico utilizado para despertar la conciencia de los espectadores. Esa ha sido la intención manifestada por la propia Nadine Labaki.
El niño Zaín, de doce años, se convierte en eje del relato, en el protagonista que es maltratado tanto por su familia como por el entorno social y por las instituciones que rigen el suburbio de una gran ciudad como Beirut. De familia numerosa indocumentada, no escolarizada y sumida en la extrema pobreza, el pequeño deberá procurarse su propia subsistencia. Pero sólo encuentra la ayuda de una etíope, madre soltera, que debe sortear los problemas derivados de su condición de inmigrante.
El film llama la atención por la desgarradora manifestación del niño, tras ser detenido por un grave delito, cuando reprocha a sus padres el haberlo traído a este mundo de sufrimiento y desesperación. Zaín carece no solo de medios materiales para vivir sino también del afecto de los suyos, condenados a una difícil supervivencia, la de unos seres marginados y sumidos en la escala más baja de la sociedad, el denominado “lumpen-proletariado”. Pero el tema de la infancia desamparada no es nuevo en el cine. Recordemos: El chico (Charles Chaplin), Alemania, año cero (Roberto Rossellini), Los olvidados (Luis Buñuel), Los 400 golpes (François Truffaut), La vendedora de rosas (Víctor Gaviria), Niños robados (Gianni Amelio), etc.
Oganizada la narración mediante un gran flashback inicial, el entorno urbano de chabolas, los padres sumidos en la miseria, el juzgado y la cárcel, etc. ponen al descubierto el maltrato, el abandono, el hambre, los abusos, la mendicidad y el tráfico de niños como elementos y prácticas que ignoran por completo las prescripciones de la Convención de los Derechos del Niño (ONU). No resulta extraño que ese terrible contexto, privado de lo más necesario, acabe convirtiéndose en semillero de terroristas reclutados por el fanatismo, el resentimiento y la falta de expectativas.
La película necesitó seis semanas de rodaje, con actores no profesionales, teniendo que recurrir a la repetición de muchas tomas para seleccionar en el montaje aquellas dotadas de una mayor autenticidad. A mi juicio, sin embargo, hubiera podido alcanzarse un más elevado nivel de maestría evitando la imagen demasiado relamida del pequeño protagonista, inadecuada para un personaje tan baqueteado por la vida; marcando mejor la frontera que separa las emociones profundas de la sensiblería melodramática —alargadas escenas de la soledad de Zaín deambulando por las calles acompañado del bebé con el carrito—; matizando adecuadamente el drama social para desprenderlo de toda adherencia miserabilista y, desde luego, no dotando al niño de esa impostada lucidez capaz de expresar su visión del mundo con la misma madurez y clarividencia de una inteligente persona adulta.
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