(4) LO QUE ESCONDE SILVER LAKE, de David Robert Mitchell.

MISCELANEA DE CULTURA POP
Del guionista, director y productor David Robert Mitchell ya nos había llegado It follows (2014), un relato de terror que en sus manos se convirtió en un film de culto. Se estrena ahora su tercera realización, que ha logrado fascinar a un amplio sector de público por la brillantez y talento demostrados en esta recreación de los abundantes mitos de la cultura pop USA: el cine clásico, el cómic, las revistas ilustradas, la música punk-rock, la televisión, los videojuegos, el porno… Casi nada de este poblado universo audiovisual ha escapado a la mirada de un creador que nos transmite su punto de vista a través de los ojos del protagonista, Sam, un treintañero sin oficio ni beneficio, un moderno parásito desprovisto de especiales virtudes personales, un antihéroe obsesionado por el sexo —tratado aquí con franqueza y desenvoltura—, un vividor que se pasea por los barrios, avenidas y urbanizaciones de Los Ángeles y busca a una bella vecina repentinamente desparecida —encarnada por la actriz Riley Keough, nieta de Elvis Presley— en las profundidades de la excéntrica y decadente jungla hollywoodiense.
Sam se introduce en una zona oscura —y nos guía por ella— en la que es palpable la diferencia entre ricos y pobres como se aprecia en una serie de secuencias que no siguen una progresión lineal, racionalista, sino que son fruto de una acumulación de sucesivas y azarosas situaciones a modo de piezas de un gigantesco puzzle.
El guión fue escrito en 2012 con el propósito de narrar las costumbres, los ideales, los atuendos y las modas imperantes en el verano del año anterior. Lo que esconde Silver Lake es un perspicaz retrato de una joven generación —la situada en torno a los 30 años— que adopta las formas de una singular road movie peatonal y urbana en la que un paseante callejero ocupa su ocio, observa su entorno y mata su curiosidad adentrándose ambientes tan extraños como inquietantes.
La película viene a exteriorizar los contradictorios sentimientos de amor-odio de un David Robert Mitchell hacia una cosmopolita ciudad que conoce bien tras diez años de residir en ella. La estructura narrativa del film imita la de notables películas como La dolce vita (Federico Fellini), ¡Jo, qué noche! (Martin Scorsese) o La gran belleza (Paolo Sorrentino), en esta ocasión mezclando costumbrismo y sueños fantásticos, humor irónico y sátira, ocupaciones lúdicas y vacío existencial en un film con esquema genérico de thriller, con el ocasional investigador de misteriosas desapariciones y muertes cuya explicación cree encontrar en las códigos secretos y en los mensajes encriptados de todas las manifestaciones de la cultura pop a su alcance.
Como si Larry Clark se hubiera convertido en un nuevo realizador que ha ampliado su perspectiva y perfeccionado su estilo a la hora de comprender un mundo poblado de frikis. Y lo hace recurriendo tanto a citas literales como a la recreación de momentos emblemáticos que harán las delicias de aquellos que sean capaces de detectar las primeras y de descifrar los segundos para trazar el apasionante retrato de un determinado colectivo humano contemporaneo.
El talento del director logra cohesionar toda una larga serie de elementos dispersos para convertirlos en un discurso unitario dotado de un sentido abierto —alejado de toda carga dogmática o moralizante—, dejando al arbitrio del espectador la tarea de dar forma y sentido a las docenas de referencias cinéfilas y de otras manifestaciones culturales populares que han sido objeto de consumo masivo a lo largo del siglo XX.
Una deslumbrante muestra de cine posmoderno, pues, que nos revela la seducción que ejerce la fábrica de sueños y, a la vez, su sombrío reverso en los inicios del siglo XXI, como ya hiciera Billy Wilder con su magistral El crepúsculo de los dioses (1950).
No resultaría tan atractivo y seductor el último film de D. R. Mitchell sin su gran sabiduría cinematográfica, auxiliado por una excelente fotografía, el uso sistemático de lentes gran-angulares para obtener planos generales dotados de una gran profundidad de campo capaces de mostrarnos sintéticamente a personajes y ambientes en tomas de larga duración cuyos encuadres están minuciosamente elaborados y que nunca pierden su equilibrio interno gracias a continuas correcciones de la imagen mediante ligeros movimientos de la cámara en panorámica o la utilización del zoom.
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