(4) EL VICIO DEL PODER, de Adam McKay.

UN PROFESIONAL DE LA POLÍTICA
Del cineasta Adam McKay, procedente del medio televisivo, sólo conocíamos vulgares comedias repletas de humor chabacano cuando, de repente, nos sorprendió muy gratamente cambiando el rumbo de su trabajo profesional. Con La gran apuesta (2015) aprovechó su gran dominio de la sátira para entrar directa y expeditivamente en el terreno de un cine político de denuncia que no era nuevo: ahí están las películas testimoniales USA de los años 70 propiciadas por los liberales del partido demócrata y dirigidas por Martin Ritt, Alan J. Pakula, Sidney Pollack, Robert Redford, Michael Ritchie, etc. El film de Adam McKay venía a completar los recursos de la ficción narrativa con una serie de nuevos elementos discursivos —voz en off, abundantes flashbacks, el contraste entre pasado y presente, letreros, etc.— que conferían una mayor modernidad al producto a la vez que aumentaban su contundencia en la difusión del “mensaje”.
La gran apuesta se sumó a algunas películas más que abordaron la gran crisis económica y financiera de 2007-2008 con espíritu crítico y desde una óptica de izquierdas que fijaba su atención en los abusos e irregularidades cometidas por ese conglomerado de intereses —republicano y ultraconservador— que se sirvió de importantes instituciones nacionales —la bolsa de Wall Street, el gobierno federal, los bancos y los medios de comunicación— para ocultar la debacle a la ciudadanía, con la burbuja inmobiliaria que acabó estallando y la estafa de las hipotecas basura.
En El vicio del poder, Adam McKay prosigue el camino emprendido combinando la seriedad de la crónica social con un tono irónico tan efectivo como sangrante. Esta vez se trata de un biopic protagonizado por Dick Cheney, un joven burócrata que, tras una juventud poco ejemplar y presionado por su esposa, emprendió una hábil e irresistible ascensión a las cimas del poder en Washington trabajando fielmente para los presidentes Nixon, Ford y Reagan hasta ocupar la vicepresidencia del gobierno de George W. Bush, entre 2001 y 2009, un periodo fatídico en el que la total falta de escrúpulos éticos del personaje —con la complicidad de otros no menos inicuos— propiciaron la injustificada guerra de Irak en busca del petróleo ajeno, las mentiras sobre la existencia de medios de destrucción masiva, las torturas a soldados enemigos y toda una serie de prácticas contrarias a la ley levadas a cabo bajo el paraguas de una impunidad otorgada por el enorme poderío industrial-militar de los EE. UU.
El astuto y maquiavélico Dick Cheney ha sido magníficamente encarnado por Christian Bale, sometido a un laborioso proceso de transformación física mediante el maquillaje y un considerable aumento de peso, logrando captar acertadamente los gestos y la psicología del modelo recreado. Su trabajo interpretativo ha sido justamente recompensado con el Globo de Oro al mejor actor de comedia.
El cine del sarcástico Adam McKay viene a completar la lista de observadores críticos de la vida pública —política y económica— estadounidense siguiendo las huellas de los osados Oliver Stone —quizás demasiado respetuoso con las formas narrativas clásicas de Hollywood— y, sobre todo, Michael Moore que, utilizando el género documental, nos ha suministrado contundentes panfletos anti-sistema lastrados posiblemente por un exceso de didactismo y de demagogia.
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