(4) ATARDECER, de László Nemes.

BUDAPEST: LOS SOMBREROS DE LA BELLE ÉPOQUE
El realizador húngaro László Nemes nos dejó conmocionados con su primer largometraje El hijo de Saúl (2015) tanto por la historia narrada —la directa implicación de un prisionero en los hornos crematorios nazis de Auschwitz— como por el empleo de un rompedor lenguaje narrativo. En su nueva película Atardecer —premiada en los festivales de Venecia y Sevilla— vuelve a utilizar una estética similar para contar la llegada en 1913 a Budapest de su protagonista —Irisz Leiter, de 20 años—, procedente de un orfanato, para trabajar en el taller de sombreros de su familia, ahora en manos de un nuevo propietario.
La película puede resultar de difícil comprensión para muchos espectadores pues, de partida, hay que tener precisos conocimientos del marco histórico en que se desarrolla: la etapa de esplendor, también caótica, de una Hungría que formaba parte del vasto Imperio Austro-húngaro de Francisco José I. El cineasta Miklós Jancsó estudió detalladamente estos convulsos años: Los desesperados (1966), Los rojos y los blancos (1967), Silencio y grito (1967) y Salmo rojo (1972). Por otra parte, la mirada de Irisz —con la cámara pegada siempre a su nuca— es la misma del director y de los espectadores que contemplan a través de sus ojos todo el complejo entorno ciudadano y nacional —político, económico y ético— en unos tiempos tan innovadores —arte, literatura, teatro, música, psicoanálisis, industria— como conflictivos: enfrentados intereses de los aristócratas terratenientes, la creciente burguesía, los obreros revolucionarios, los nacionalistas independentistas, los antisemitas, los anarquistas, las sectas esotéricas… con el desenlace de la devastadora gran guerra de 1914-1918.
La protagonista guía al espectador en sus desplazamientos —por diversos lugares pero también por diversos ámbitos sociales— y le implica en la tarea de descubrir lo que hay tras lo oculto y confuso para dar sentido a todo un entramado humano cuyas distintas capas y rincones parecen difíciles de integrar en un panorama coherente y racional.
Esta búsqueda de una explicación lógica —no queda lejos la estructura del discurso inquisitivo de Eyes wide shut (1999) de Stanley Kubrick— para desbrozar lo misterioso y laberíntico aparece plasmada fílmicamente mediante planos largos y travellings que se funden con los continuos primeros planos del rostro de la joven, pero también con la alternancia y contraste entre las zonas oscuras de las habitaciones interiores y la soleada luminosidad de los espacios exteriores.
Además, con frecuencia muchos fondos de los planos generales —que retratan los ambientes— aparecen borrosos, con figuras humanas difuminadas que atraviesan apresuradamente el campo visual del tomavistas, quizás para sugerir la dificultad para comprender lo que realmente está sucediendo. La Belle Époque como un tiempo fascinante avocado al horror de la muerte y al hundimiento de los imperios. El sensual y elegante vals que dejará paso a los frenéticos bailes y a las populares melodías del siglo XX. El tránsito desde la tradición a la modernidad.
László Nemes no recurre a la psicología de los personajes ni explica los conflictos que les afectan ni analiza las instituciones que los regulan. Se limita a proponer imágenes y sonidos para que sea el espectador quien construya su propia película. Con la dificultad de que los rótulos en castellano no distinguen si se está hablando en húngaro o en alemán. Pasado y presente se entremezclan en los vericuetos de la tragedia familiar, con los padres muertos y el hermano desconocido convertido en un jefe de facinerosos.
Todo nos es presentado con una gran ambigüedad, con unas falsas apariencias que hay que desentrañar. Habituados a un cine narrado en tercera persona —el director y su cámara, con la objetividad y omnisciencia de un demiurgo, conocen y enseñan un mundo que les es ajeno pero al que prestan una significación unívoca y determinada—, Atardecer nos choca poderosamente con sus discurso en primera persona pues todo lo que nos deja percibir es el resultado de un punto de vista subjetivo, el de la protagonista, que sólo puede revelarnos su desconocimiento, su desorientación y sus dudas.
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