(2) SILVIO (Y LOS OTROS), de Paolo Sorrentino.

RETRATO DE UN ENCANTADOR DE SERPIENTES
La nueva película de Paolo Sorrentino es el resultado de convertir en una sola de 150 minutos las dos realizadas originalmente tras el recorte de una hora de metraje. Esto no es un juicio de valor sino una constatación que posiblemente explique el desequilibrio estructural de la obra resultante, acentuando el contraste entre el esplendoroso desfile de jovencitas, algo muy reiterativo y banal —seguramente, a propósito—, y los contados momentos serios dedicados a desnudar la íntima personalidad de Silvio Berlusconi. Tony Servillo encarna al ex primer ministro italiano ya retirado de la escena pública, entre 2006 y 2011, cuando tuvo que enfrentarse a la justicia acusado de prostitución de menores.
Lo de menos es el relativo parecido físico entre el actor y el personaje —peluquín y maquillaje aparte— ya que lo importante es la validez de un retrato moral traducido en actitudes, gestos y palabras, es decir, el análisis de una determinada psicología. No importa que en este biopic haya muchos elementos inventados porque lo básico es su idea medular, la mirada de tono caricaturesco sobre un negociante que logró escalar la cima del poder político para usarlo tanto en sus operaciones mercantiles como en el disfrute de los placeres terrenales, incluso aprobando leyes para asegurar su impunidad bajo el paraguas de su partido “Forza Italia”.
Quienes están en la órbita del protagonista le envidian, le adulan, le copian, le disculpan y, desde luego, comparten sus valores. El empresario Sergio Morra busca su complicidad para prosperar a costa de suministrarle los materiales que necesita, tanto físicos como químicos. Berlusconi se erige en símbolo y modelo de toda una sociedad: decadente, amoral, individualista, adicta a la realidad virtual, a las mentiras de la “posverdad”, al populismo… Del hedonista Silvio al xenófobo Salvini y los suyos o nunca aprendemos las lecciones de la Historia. ¡Ay, el pueblo! El hombre más rico presentado como irresistible encantador de serpientes, como vendedor de humo capaz de convencer telefónicamente a una clienta casual de la conveniencia de adquirir una vivienda que no existe.
El decorado omnipresente, soberbio, son tanto las mansiones de lujo como las chicas-objeto participantes en fiestas de escaparate. No hay verdadero erotismo sino el simulacro de una pasión adormecida que necesita ser despertada para consumir sexo. Las televisiones más vistas —Berlusconi controlaba tres cadenas— son las que reproducen este mundo de artificio y frivolidad que despierta los sueños imposibles de las clases pobres que pasan frío en casa y no pueden llegar a final de mes. ¡Viva la fantasía y la manipulación! Ni una sola idea sensata —educación, cultura, sensibilidad— sobre la realidad en horas, días y meses de programación, sólo instintos básicos, primarias emociones y chabacanos espectáculos.
El ideal propuesto es la persona hecha a sí misma, el triunfador. Y aún hay quien no se explica el resultado de las elecciones en Europa, con la llegada arrolladora de la extrema derecha. Como si el fascismo regresara por sus promesas de terminar con las desigualdades sociales, cada vez mayores, y como si el “milagro económico” de occidente —desde la posguerra al triunfo del neoliberalismo— no hubiera sucumbido ya al huracán de una generalizada insolidaridad.
Muy buena la escena en que una jovencita le quita la máscara a un libertino Berlusconi espetándole que su aliento, ni perfumado ni fétido, sólo huele a viejo. Y también la de la discusión conyugal antes de la huida de la esposa. El estilo del film es como una explosión de coloristas fuegos artificiales, con sus remansos de dramática tranquilidad, reproduciendo —mediante la farsa, la sátira y cierto mal gusto— los oropeles del despilfarro y la chabacana ostentación en medio de una alegría impostada.
Es posible que el guionista y director se haya visto desbordado por su propia inspiración y por su poderoso impuso creativo. El resultado es un torrente de imágenes necesitadas seguramente de un mayor control, de una síntesis que se ha descuidado en el momento de seleccionar los signos portadores de un mensaje que, ciertamente, casi todos hemos comprendido.
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.