(4) TRES CARAS, de Jafar Panahi.

MUJERES EN IRÁN
El último film de Jafar Panahi ha venido a reavivar mi entusiasmo por el cine —un tanto alicaído últimamente por la frecuente visión de rutinarios productos, algunos sorprendentemente ensalzados y galardonados— porque se trata de un título magistral, tan sencillo y delicado como profundo y lleno de matices, premio al mejor guión en Cannes 2018, que ha sabido mezclar sabiamente la ficción y el estilo documental para transmitirnos una mirada llena de amor hacia su país y, en esta ocasión, hacia las mujeres. El rodaje se efectuó en exteriores naturales desafiando la prohibición y la vigilancia de las autoridades.
Jafar Panahi ha utilizado una pequeña y moderna cámara digital —remitida desde Francia por su hija— para abaratar costes, lograr una foto de gran nitidez y filmar de noche sin necesidad de focos. El propio director y una de sus actrices favoritas, Behnaz Jafari, protagonizan esta entrañable road movie que recorre aldeas del montañoso noroeste persa, dotado de una lengua propia, en busca de una muchacha que ha mandado a su admirada y popular estrella un mensaje audiovisual anunciando su inminente suicidio. La solidaria pareja viajera descubrirá que todo es consecuencia de la negativa de los familiares de la chica a que curse estudios para convertirse en actriz.
La película asombra por la experta mezcla llevada a cabo entre un realismo primario, elemental, y la seria reflexión sobre el patriarcado, las supersticiones y el atraso cultural de los habitantes de aquella remota región, precisamente el lugar de nacimiento de los ancestros del cineasta, donde es muy conocido y respetado, lo que le permitió filmar sin complicaciones. Y ello a pesar de la pervivencia entre la población de arraigados prejuicios y arcaicas costumbres. El premiado guionista y realizador utiliza algunas pequeñas metáforas —el estrecho y tortuoso camino— para dar testimonio, tan respetuoso como poético, de una situación colectiva que le incomoda, especialmente por ser discriminatorio con las mujeres.
La dimensión a la vez concreta y simbólica del discurso fílmico sirve para expresar no sólo las contradicciones y limitaciones de la comunidad —el acceso a celulares, redes sociales y televisores—, con su aparente modernidad, sino también para denunciar el diverso tratamiento de la condición femenina en tres casos: la veterana actriz ya retirada que se dedica anónimamente a pintar, la famosa estrella cuyo trabajo en series de televisión llega a todos los rincones y la joven estudiante sojuzgada por los suyos , que le reservan el resignado papel de depositaria del honor familiar.
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