(3) LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD, de Dominic Savage.

LA HUIDA
Hace bastantes años pudimos ver una película cuya novedad y lucidez nos impactó favorablemente. Se llamaba Con los ojos cerrados (Richard Brooks, 1969) y estaba protagonizada por la esposa del director, una magnífica Jean Simmons. Su título original era El final feliz y narraba la crisis personal de una mujer casada, insatisfecha con todo lo que le rodeaba, al comprobar que su existencia real no coincidía con los bellos cuentos rosa que le habían contado en su infancia y adolescencia.
La búsqueda de la felicidad —una producción británica cuyo verdadero título es La escapada— parece un remake, quizás involuntario, de aquella sugerente y pionera película de Richard Brooks sobre la condición femenina, la de una mujer que se siente infeliz y frustrada pese a poseer todo aquello que la mentalidad dominante considera esencial: un marido, unos hijos y un hogar. Ahora la protagonista está encarnada por la actriz Gemma Arterton —que tiene también funciones de productora— y en el papel de su madre aparece la veterana Marthe Keller.
Realizado con precisión y sensibilidad, el film destaca por su mirada realista y por su riqueza de matices psicológicos. Tara se halla instalada sobre una base inestable entre la rutina y la servidumbre, decidiendo evadirse mediante una fuga a París, un ideal romántico que en su imaginario debería colmar sus ansias de independencia y de realización personal. Su huída materializa un recorrido tanto geográfico como interior —explorando nuevas ideas y sentimientos— que debería permitirle encontrarse a sí misma y descubrir el verdadero sentido de su vida.
Con el paso de los años y la aparición de la conciencia feminista —aunque la película nada tiene que ver con los discursos cargados de ideología y de retórica literaria—, el guionista y realizador Dominic Savage puede emplear ya las formas del cine moderno —su poder de sugerencia y la sutileza del análisis— para desvelar tan delicada como rigurosamente la complejidad de la existencia cotidiana y las limitaciones de la sublimada condición de ama de casa.
Además, el hogar se ha convertido en un especie de prisión donde la esposa dedicada a “sus labores” acaba asfixiada por sus obligaciones, resignada a soportar los llantos y gritos de sus niños pero, especialmente, a un marido absorbido por su trabajo profesional, emocionalmente ausente, que practica el sexo de forma mecánica, sin pasión, dejándola insatisfecha. El hombre cree que su única obligación es ganar el suficiente dinero para poder comprar todas las cosas que definen una elevada capacidad de consumo. El modelo no es ya el antiguo matrimonio burgués pero la seguridad económica junto a la pasiva subordinación no son garantía de una plena satisfacción.
Tras la pasajera aventura en París —el amante francés ocasional, un joven seductor culto y refinado, oculta que está casado y con un hijo— la infiel Tara regresa desengañada a Londres. El reencuentro con su esposo parece bastante ceremonioso y resignado. Ella ya sabe —su experimentada madre le ha dado unos consejos— que cada persona debe buscar libremente su propio camino, en pareja o en solitario, que hay que romper con las pautas y actitudes establecidas por la costumbre y que para superar las frustraciones cotidianas una rebeldía carente de ideas claras no sirve para romper las cadenas del matrimonio.
El director narra la historia con delicadeza, soltura y funcionalidad: planos cercanos y breves para expresar la neurosis hogareña, largas tomas fijas para transmitir la aparente felicidad en un tiempo congelado y el uso de una vacilante cámara a mano en exteriores naturales para insinuar el ilusorio empeño en encontrar la liberación mediante unas fugaces escapadas —a la calle o a otro país— que no proporcionan lo que ella anda persiguiendo. Una interesante película.
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