(3) BIENVENIDA A MONTPARNASSE, de Léonor Serraille.

UNA VIDA DIFÍCIL
Titulada en origen Mujer joven —la intención de generalizar el caso individual de Paula, la protagonista, es evidente—, esta opera prima de la realizadora Léonor Serraille engancha de inmediato al espectador preparado para captar sin dificultad alguna el talento de una guionista o, más propiamente, de la persona que se coloca tras el visor de la cámara.
Léonor Serraile procede del campo de la Literatura pero, en un momento dado, se sintió seducida por el lenguaje audiovisual. El resultado: los premios cosechados en 2017 tanto en el festival de Cannes —Cámara de Oro en la sección “Un certain regard”— como en el de Valladolid —la SEMINCI— con el reconocimiento de Laetitia Dosch como mejor actriz, preparada para expresarse usando diferentes registros interpretativos.
Paula es pues, con su presencia constante en pantalla, el personaje principal del relato aunque su itinerario existencial nos es mostrado desde el punto de vista de la directora, que encabeza un equipo técnico exclusivamente femenino. Paula tiene 31 años y una trayectoria vital bastante baqueteada: regreso desencantado desde México a Francia, ruptura amorosa, trabajos eventuales, escasez de recursos económicos, carencia de vivienda propia, relaciones distantes con su madre, embarazada… Una mujer socialmente inestable, inadaptada, sólo preocupada de sobrevivir a su naufragio personal en un entorno hostil que la obliga a recurrir permanentemente a la picaresca, a la mentira.
El film materializa una mirada nada reconfortante sobre la vida en una gran ciudad y sobre las oportunidades de la gente en su tránsito desde la primera juventud a la madurez, a la supuesta estabilidad, tanto en la esfera laboral como en la sentimental. Y la realizadora ha sido consciente de que en el cine actual una buena imagen vale tanto como mil palabras y esta convicción la traduce en una forma narrativa que concede una gran importancia a unos gestos y unos diálogos escuetos y cortantes que definen con justeza las diferentes situaciones. Constituye un ejemplo perfecto de lo que denominados cine “moderno”, heredero de las innovaciones estilísticas de la Nueva Ola francesa (años 60), subordinando todo artificio literario a la construcción fenomenológica de unos personajes definidos por su atributos externos —su psicología es sólo una consecuencia deducida de sus actos— ganando en autenticidad, credibilidad y matices.
Otra de las virtudes de la película es su austeridad expresiva. Pese a la aspereza de los acontecimientos, al malestar de la protagonista, no hay en ella exceso alguno de melodrama, sensacionalismo o morbo —se sugieren mediante elipsis algunas de las situaciones más duras o chocantes— propiciando un tono de naturalidad que hace aún más desasosegante el panorama del París actual.
El rodaje tuvo lugar tras la minuciosa preparación de un guión muy detallado aunque los planos-secuencia obtenidos durante la filmación —la puesta en escena— fueron abreviados en el montaje para lograr un ritmo más vivo que reflejara mejor el trepidante vagabundeo aparejado al desamparo y la inseguridad.
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