(2) FAHRENHEIT 11/9, de Michael Moore.

DECONSTRUYENDO A TRUMP
Michael Moore había despertado la simpatía y el entusiasmo de muchas personas progresistas del mundo entero que conectaban inmediatamente con sus ideas radicales y muy críticas con el stablishment estadounidense, utilizando el lenguaje directo —presuntamente el más realista— del cine documental. Sus películas resultaban insólitas en un panorama cinematográfico por lo general perfectamente acoplado al sistema en el cual un arraigado conservadurismo y un patriotismo de opereta (banderas, himnos, uniformes y desfiles) impedían cualquier intento de hacer un cine político disidente honesto y reflexivo.
En esta ocasión el realizador ha utilizado una gran cantidad de materiales de archivo, aunque sin prescindir de su presencia personal y sus comentarios en entrevistas realizadas a personajes clave en lugares significativos. Su intención ha sido la de explicar la inesperada derrota de la demócrata Hilary Clinton frente a un Donald Trump conocido por la pobreza de sus ideas y sus nefastas actuaciones, un millonario hombre de negocios —un triunfador y, por tanto, un ídolo de multitudes en USA— al que este film describe como cateto, misógino, xenófobo, autoritario —especialmente con la prensa no afín— y militarista, un individuo que representa a una ultraderecha neoliberal (proteccionista y aislacionista) que supera con creces el proverbial conservadurismo republicano.
En Fahrenheit 11/9 se intenta explicar la catástrofe: Donald Trump no ha sido elegido presidente por una mayoría de votos populares en toda la nación sino gracias al especial mecanismo que en cada estado designa a los congresistas , por haber utilizado en su campaña argumentos populistas, mentirosos y manipuladores al amparo de los prejuicios de una gran parte de votantes de limitado nivel cultural —la llamada América profunda, la población “provinciana” alejada de las costas—, por los errores estratégicos y excesivas concesiones de los políticos demócratas a los intereses privados del capitalismo renunciando a los planes favorecedores del público bienestar, por la existencia de millones de ciudadanos liberales decepcionados, desmotivados y alejados de las urnas, por la masiva utilización de las redes sociales con las llamadas fake news (noticias falsas), etc.
El problema es que Michael Moore ya ha repetido muchas veces el mismo discurso, con sus habituales latiguillos socio-políticos, sus monólogos llenos de ironía y sarcasmo con los que cultiva un narcisismo histriónico que le convierte en el foco estelar de la representación. Pero esta película, como seguramente otras suyas, parece destinada a convencer a los ya previamente convencidos y entusiasmar a los ya entusiasmados, reafirmando sus opiniones con análisis y testimonios elaborados mediante el montaje de seleccionados fragmentos documentales ordenados y dirigidos a poner de relieve las recetas demagógicas e impopulares del nuevo presidente de la primera potencia mundial.
No nos hallamos ante un cine político dotado del rigor dialéctico exigible, apoyado en conceptos lógicos y verificables que, con su coherencia y profundidad, busquen alumbrar la verdad sin necesidad de recurrir a eslóganes, consignas y lemas prefabricados. Menos aún estamos ante la utilización de un lenguaje fílmico revolucionario o al menos novedoso —como pedía J. L. Godard— porque se trata de llegar al mayor número de espectadores con un producto hecho respetando las reglas básicas de la industria del cine. No hay, pues, un empleo rompedor de los signos expresivos (imágenes y sonidos) que procuren una visión del mundo tan original y rigurosa que obligue, más que a coincidir, a reflexionar sin echar mano de recetas fáciles, esquemáticas y demasiado trilladas.
Para que no todo sea negativo, el film termina con un llamamiento a la juventud estadounidense cuya supuesta rebeldía e inconformismo hagan renacer las maltrechas esperanzas en un futuro mejor.
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