(2) EL FOTÓGRAFO DE MAUTHAUSEN, de Mar Targarona.

LOS OJOS DEJAN HUELLA
Sobre la estancia de prisioneros españoles en el campo de exterminio de Mauthausen había ya algunos filmes de carácter documental, elaborados con materiales de archivo y entrevistas, como el pionero Sobrevivir en Mauthausen (Llorenç Soler, 1975), Más allá de la alambrada (Pau Vergara, 2004) y Francisco Boix, un fotógrafo en el infierno (Llorenç Soler, 2012). Ahora, basándose en el libro biográfico de Benito Bermejo, Mar Targarona —cuya trayectoria profesional pasa por los mediocres largometrajes ¡Muere, mi vida! (1995) y Secuestro (2016)— ha retomado, en clave de ficción, la trágica reclusión de miles de republicanos españoles en Mauthausen tras la invasión y derrota de Francia por el ejército alemán, presos que fueron declarados apátridas a causa de la inhibición del gobierno de Franco.
Todos los testimonios sobre aquel triste episodio se refieren a la organización, solidaridad y resistencia de los españoles en el interior del campo. En esta ocasión el foco de atención se centra en Francesc Boix, convertido en protagonista, que era un fotógrafo barcelonés que en su cautiverio tuvo la fortuna de entrar a trabajar en el laboratorio fotográfico del complejo penitenciario. Los negativos que logró esconder fueron importantes, tras la derrota nazi, a la hora de aportar pruebas en los juicios de Nüremberg contra las atrocidades del régimen hitleriano.
La presencia de un actor con gancho comercial —un Mario Casas adelgazado, rapado y maquillado para la ocasión— ha contribuido sin duda a lograr financiación para esta película, de presupuesto muy limitado —procedente en gran parte de TVE—, que se rodó en un paraje cercano a Budapest (Hungría).
La narración es sobria, funcional y directa, la foto adquiere unos tonos grises oscuros con algunas manchas de color y se han tomado ciertas libertades para potenciar el dramatismo de algunas escenas, aunque se hace patente la obligada austeridad del proyecto en la escasez de figurantes, la práctica ausencia de cámaras de gas y crematorios, la precariedad de tropas alemanas, las limitaciones escenográficas —dos barracones, un trozo de alambrada— y la total omisión de las tropas soviéticas liberadoras.
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