(3) PETRA, de Jaime Rosales.

EL SINSENTIDO DE LA VIDA
El atento análisis de las películas Las horas del día (2003), La soledad (2007), Tiro en la cabeza (2008) y Hermosa juventud (2014) nos revela la condición de verdadero “autor” del cineasta Jaime Rosales (Barcelona, 1970), un inquieto creador dotado de una permanente actitud de búsqueda de nuevas formas expresivas en el campo audiovisual.
En Petra evita todo atisbo de psicologismo naturalista mediante las rupturas espacio-temporales de un relato estructurado en capítulos —iniciados con breves rótulos explicativos— que alteran el orden cronológico natural y que provocan una frialdad narrativa con “efecto distanciación” que podrá incomodar a aquellos espectadores instalados en una cómoda pasividad.
El singular estilo del film me ha hecho recordar —aunque nadie lo haya observado— el universo literario de Albert Camus, empapado de un malestar de signo existencialista, por la determinante presencia del absurdo, la violencia irracional, los personajes de perfiles difuminados, el nihilismo moral y el peso del destino.
Entre los intérpretes de su magnífico reparto destaca el papel de Petra (Bárbara Lennie), que tiene como antagonista a Jaume (el sensacional actor no profesional Joan Botey) pues ella anda buscando a su desconocido padre y cree encontrarlo en este burgués egoísta y misántropo que habita una gran masía del Ampurdán.
Las falsas pistas, las sospechas y las apariencias hacen más inconcreta esta fábula construida como un puzle, a base de piezas (secuencias) sueltas que el espectador deberá reordenar para que las oscuras relaciones entre los distintos personajes acaben dando a los evanescentes fragmentos de vida el verdadero sentido de la existencia.
Esta mirada sobre el pasado y sobre la inevitable huella que plasma en el presente aparece como un incierto itinerario en busca del conocimiento, la certidumbre, que nos es sugerido de una forma muy original e innovadora. Habitualmente, los personajes y los ambientes —definidos por decorados o paisajes— son mostrados de manera sintética, en el interior de un plano general fijo, pero aquí Jaime Rosales los disocia y separa mediante lentas panorámicas que empiezan con la figura humana y acaban focalizando el interés en el entorno, todo ello captado con largos planos-secuencia que parecen querer borrar todo rastro humano para dejar el mundo convertido en simple Naturaleza —ya lo hacía Michelangelo Antonioni—.
La escasa pero significativa música coral del danés Kristian E. Andersen marca los distintos momentos en que lo aparentemente trivial se convierte en trascendente, reclamando nuestra atención sobre las muchas sugerencias del discurso fílmico: la reflexión sobre el Arte —pintura y escultura— contemplado en sus diferentes aspectos económicos, psicológicos o políticos; el retrato de una burguesía catalana aislada, endogámica, en su particular mundo de ocio, cultura y confort; y la fosa común excavada que ocultaba cadáveres de la Guerra Civil, una metáfora del necesario descubrimiento de la verdad.
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