(3) EL REINO, de Rodrigo Sorogoyen.

AUGE Y CAÍDA DE UN CORRUPTO
Resulta chocante que, con la cantidad y variedad de acontecimientos que han ido jalonando la vida pública española desde el advenimiento de la democracia, muy pocas películas nacionales hayan abordado directamente temas políticos como principal referente. Porque la prudencia era no sólo conveniente sino también necesaria durante la dictadura —censura, prohibiciones, sanciones, marginación— pero una vez ganada la libertad de expresión la explicación de este vacío no puede ser otra que la falsa creencia de que la política no vende en las salas de cine o bien, lo más probable, que la industria se haya visto condicionada por la fuerza del dinero —la banca— y especialmente coartada por el temor a unos políticos cuyo poder no interesaba perturbar.
El Reino constituye la culminación de la trayectoria ascendente de Rodrigo Sorogoyen, realizador del corto Madre (2017) y de los largometrajes Ocho citas (2008), Stockholm (2013) y Que Dios nos perdone (2016). Se trata de un thriller político, en cuya producción ha intervenido Gerardo Herrero, que narra la gloria y el ocaso de un vicepresidente autonómico —cuyo partido no se cita pero que no resulta difícil identificar— llamado Manuel López Vidal —certeramente encarnado por el actor Antonio de la Torre— que disfruta de una “dolce vita” que termina súbita e inesperadamente cuando una filtración lo pone en el punto de vista de la Justicia y lo convierte en una persona asustada, acorralada y abandonada por los suyos. La aspiración a culminar su carrera en Madrid se esfuma.
Sus afanes de supervivencia nos son mostrados con un ritmo trepidante logrado mediante un montaje de planos cortos y una música electrónica en la banda sonora que nos transmite la tensión, preocupación y estrés que afecta al protagonista. Me asalta la duda de si hubiera sido mejor una mayor serenidad narrativa para poder profundizar más en el personaje y su entorno, compaginando la acción y la reflexión a la hora de perfilar esta crónica a la vez compleja y verosímil.
La película no deja de facilitar datos al espectador que, lógicamente, son el reflejo de una realidad fácilmente reconocible, un cúmulo de delitos cometidos en torno a la recalificación de terrenos, la apropiación de subvenciones europeas, el cobro de comisiones entregadas por empresarios agradecidos, el blanqueo de capitales en el extranjero, la cultura del pelotazo como metástasis cancerosa del colectivo nacional…
Inspirado pues en el panorama español de los últimos lustros y convertidos los hechos en un relato de género, el film hunde sus raíces en el boom económico de los años 90 para llegar a un presente salpicado por los numerosos escándalos —prevaricación, fraudes, falsedades— que han provocado finalmente la indignación de la ciudadanía. Y todo ello sin maniqueísmos: la familia de Manuel López le apoya y hace frente a la adversidad, al menos durante cierto tiempo, y el hundimiento de un solo individuo no lleva aparejado automáticamente y a corto plazo el naufragio de todo su partido, hasta que las corruptelas se evidencien tan generalizadas que el barco acabará zozobrando.
Se ha dicho que la película tiene como eje “La mentira como forma de vida”. El engaño y también la sensación de impunidad, la carencia de escrúpulos éticos, el egoísmo, la codicia y la inconsciencia aparejadas a la supremacía en la gobernanza.
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