(3) HOTEL SALVACIÓN, de Shubhashish Bhutiani.

A ORILLAS DEL GANGES
Son varios los cineastas europeos que han mostrado interés por la India fijando su atención no sólo en sus diferentes paisajes y extensa población sino especialmente en su peculiar cultura y espiritualidad como rasgos íntimamente ligados a la religión en ese vasto subcontinente asiático. Son destacables las miradas que desde Europa han intentado acercarse a ese mundo tan distinto, exótico, convertidas en magníficas películas como El río (Jean Renoir, 1950), India (Roberto Rossellini, 1958) y Calcuta (Louis Malle, 1968). Hotel salvación es un producto autóctono del debutante director Shubhashish Bhutiani que se añade a la larga lista de cineastas nativos que han destacado a la hora de reflejar las vidas, con sus penas y alegrías, de las gentes de su país. Un cine tan abundante como poco conocido al frente del cual debe situarse al maestro Satyajit Ray.
En esta ocasión el film nos presenta a un anciano que, creyendo cercana su muerte, decide peregrinar a Benarés y establecerse en un modesto hotelito junto al río sagrado Ganges esperando la llegada de su hora final, la incineración de su cadáver y el tránsito al Más Allá. Allí acude acompañado por su hijo y recibe la visita de su nieta mientras ocupa esta terrenal antesala como etapa postrera en su camino hacia la salvación de su alma y la liberación de su cuerpo.
En esa ciudad santa, en su pequeña habitación, se reúnen tres generaciones distintas: el maduro padre, profesor jubilado, el hijo que trabaja en una oficina, y su nieta, estudiante universitaria. Representan tres mentalidades diversas, incluso opuestas: el respeto a las viejas tradiciones, la llegada del capitalismo con la consiguiente alienación laboral —la ansiedad y el estrés— y una juventud moderna que busca superar prejuicios atávicos mediante un trabajo profesional y la elección personal de su pareja amorosa. En el fondo de la obra late un aliento humanista y la voluntad de exteriorizar los sentimientos reprimidos, de alcanzar la plena reconciliación familiar.
El relato discurre con un ritmo pausado que propicia la observación y la reflexión por parte del espectador. El realizador cursó estudios de cine en Nueva York (USA) y en esta su primera película logró un relativo éxito de público —5 semanas en cartel— y de crítica, condicionado por el carácter minoritario de un film de “autor” alejado de las millonarias audiencias de las superproducciones de Hollywood y de los coloristas musicales de Bollywood.
Interesante estreno cuyo núcleo temático es la muerte, dirigido con sensibilidad y buen pulso narrativo, con el uso de abundantes elipsis para evitar que se convierta en un melodrama lacrimógeno. Y si el hecho del fallecimiento resulta incómodo en Occidente y se procura difuminarlo en la penumbra —las ceremonias funerarias son cada vez más discretas y asépticas—, en Oriente el hinduismo y el budismo consideran el final de la existencia como algo cotidiano, natural, un puente hacia una serie de reencarnaciones o un afortunado acceso directo al descanso eterno. Por eso en sus ritos fúnebres se entremezclan los sentimientos del dolor y de la alegría.
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