(2) PURASANGRE, de Cory Finley.

EL IMPERIO DEL MAL
Primera película dirigida por Cory Finley, tras un pasado profesional dedicado al teatro, en la que dos adolescentes de Connecticut (USA) con trastornos de personalidad —una de ellas es incapaz de mostrar empatía y de experimentar sentimientos de culpa; la otra vive tarada por un exceso de sensibilidad— coquetean con la idea de matar al padrastro de una de ellas. El reencuentro de estas amigas del colegio nos remite a muchos otros filmes que raramente han logrado superar la mediocridad debido a su excesiva dependencia de los tópicos y convencionalismos.
En esta ocasión, sin embargo, el realizador demuestra estar dotado de talento en su intento de hacer complejo, susceptible de diversas lecturas, un relato protagonizado por personas trastornadas y caracterizadas por un egocentrismo patológico, la ausencia de reparos morales y una notable capacidad de fingimiento, como se muestra en la escena del falso llanto con lágrimas provocadas mediante un ejercicio de entrenamiento actoral. Entre las muchachas se establece una extraña y perversa relación de dependencia en la que surge la inevitable complicidad entre la buena estudiante que sufre el autoritarismo de su padrastro y la chica ultrasensible que ha intentado matar a su caballo para evitar que sufra.
En un escenario casi único —una antigua y lujosa mansión— el guionista-realizador elabora minuciosamente un relato repleto de sugerencias y susceptible de varias lecturas que intenta enriquecer el concepto de “género” cinematográfico tomando elementos temáticos y estilísticos del thriller, de la comedia negra y del terror psicológico. La puesta en escena es de una precisión milimétrica y la estilización formal alcanza un nivel destacable con sus do producto de “autor” en donde algunos han visto la huella de Hitchcock o de Clouzot y que a mí me remite al Michael Haneke de Funny games (1997), aunque sin al trasfondo sociológico del cineasta austro-alemán.
La duda que Purasangre me plantea es la de si toda esta perfección formal no estará encubriendo y justificando en cierto modo los puntos flacos de la trama, su verosimilitud y coherencia, al quedar maquillados éstos por la cegadora brillantez estética del relato. Con una rígida codificación de los signos expresivos se busca rellenar las lagunas que pudieran apreciarse en la lógica discursiva de la película.
La violencia moral y física —ésta siempre en off—, la rebeldía juvenil, la perturbadora belleza adolescente y la maldad en estado puro han requerido, en el film, la presencia de dos chicas solitarias, sin amistades y con familias desestructuradas que permitan explorar zonas oscuras nunca explicadas y aclarar las sospechas de que algo turbio y misterioso se está ocultando. Con este planteamiento, el asesinato surge como una posible solución, como el final de un tortuoso camino.
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