(3) EN LA PLAYA DE CHESIL, de Dominic Cooke.

MATRIMONIO NO CONSUMADO
Ian McEwan publicó su novela —un gran éxito de ventas y de crítica— en 2007, escribiendo inmediatamente un guión para convertirla en película pero los diversos proyectos para llevarla al cine —a cargo de Ang Lee, Sam Mendes y otros realizadores— fracasaron al parecer por dificultades de financiación. Finalmente ha sido llevada a la pantalla por el cineasta debutante Dominic Cooke, un renombrado director teatral con trabajos de relieve tanto para los escenarios británicos como para la BBC televisiva.
En la playa de Chesil nos remite en cierto modo, bien por la época o por las costumbres retratadas, a notables películas de Joseph Losey —Accidente (1967) y El mensajero (1970)— y de James Ivory, aunque ahora más que a diferencias de clase los conflictos se deben al puritanismo victoriano persistente aún en la Gran Bretaña anterior a la gran revolución social y moral de los años 60, con los gobiernos laboristas —Harold Wilson—, la música pop-rock —Beatles y Rolling Stones—, la minifalda de Mary Quant, la despenalización de la homosexualidad y de la literatura “licenciosa” y, desde luego, con la eclosión del Free Cinema y del nuevo teatro realista de los “jóvenes airados”.
El drama de la juvenil pareja protagonista —Florence y Edward—, en 1962, no reside ya en la diferente fortuna de sus familias y tampoco en sus distintos niveles culturales —si acaso, en sus gustos y sensibilidades: ella estudia para violinista; él para profesor de Historia— sino en su común ignorancia de todo lo relativo al sexo —anatomía, fisiología, afectividad amorosa—, por lo que la entonces muy valorada virginidad es precisamente la causa de su desastrosa noche de bodas y, en definitiva, de su definitiva separación. La paradoja —¿un error de estilo?— reside en que el relato está elaborado desde el punto de vista del muchacho pero casi todo el peso narrativo (los acontecimientos) descansa sobre el personaje de la chica.
En el film hay varios flasbacks que alternan pasado, presente y futuro para dar un sentido más concreto y completo a la desgracia de los protagonistas aunque hay dos momentos especialmente significativos: uno, la escena de la playa solitaria que pone de relieve la trágica frustración de los recién casados y en la que intercambian reproches sobre el fracaso de su primera noche, lo que no hace sino evidenciar las enormes lagunas existentes en su educación personal y matrimonial, con su inexperiencia erótica y su inmadurez amorosa; y dos, las dos secuencias finales, muchos años más tarde, un tanto forzadas en cuanto a verosimilitud pero dotadas de una gran carga emotiva. Edward ha normalizado ya su vida y se le ve rodeado de mujeres. Y acude a un concierto del cuarteto de su ex mujer, ahora famosa, casada con otro músico y madre de varios hijos. Altas dosis de nostalgia autocompasiva que seguramente obedece a las exigencias de la taquilla y a la intención de conmover a los públicos más sensibles.
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