(3) LAS ESTRELLAS DE CINE NO MUEREN EN LIVERPOOL, de Paul McGuigan.

LOS ÚLTIMOS AÑOS DE GLORIA GRAHAME
El libro de memorias del actor Peter Turner, editado en 1986, fue convertido en guión para ponerlo en manos del realizador británico Paul McGuigan, que sólo merece ser recordado por su film The acid house (1999). El resultado es un biopic que narra los últimos años de vida de la actriz californiana Gloria Grahame (1925-1981), que en su “exilio” europeo fue amante del joven inglés durante un breve periodo de tiempo y a la que una grave enfermedad terminal hizo buscar refugio en la casa familiar de Peter Turner en Liverpool antes de su inmediata muerte en un hospital de Estados Unidos tras ser urgentemente repatriada por un hijo suyo.
Gloria Grahame ha sido una figura de culto para muchos cinéfilos entusiastas del cine “negro” —había sido descubierta y ensalzada por los críticos de Cahiers du Cinèma— pues ella encarnó a la perfección papeles de seductora “mujer fatal” —en la línea de Ida Lupino y de Gene Tierney—, alternando el cine con trabajos en teatro y en TV. La clase obrera británica a la que pertenecía el muchacho y el glamour hollywoodense ya apagado de una buena intérprete que nunca llegó a ser rutilante estrella —aunque estaba muy bien dotada para una ambigüedad que conjugaba sensualidad y frío cálculo— confluyeron en un encuentro casual que devino en pasión amorosa. Pero fue el principio del fin de alguien que había ganado un Oscar a la mejor actriz de reparto por Cautivos del mal (Vincente Minnelli, 1952) y que en su etapa gloriosa de los años 50 había trabajado a las órdenes de famosos directores como Capra, Dmytryk, Sternberg, De Mille, Kazan, F. Lang, Kramer, Zinnemann y Wise, entre otros. En la Costa del Sol española rodó la mediocre Tarots (J. Mª Forqué, 1973) junto a Sue Lyon. Dos celebridades venidas a menos. Su vida sentimental fue especialmente agitada: se casó cuatro veces —una de ellas con Nicholas Ray— y tuvo cuatro hijos.
La protagonista Gloria Grahame está encarnada aquí por la magnífica y desaprovechada Annette Bening —esposa de Warren Beatty— y Peter Turner es revivido con acierto por Jamie Bell —el niño que nos deleitó en su debut como Billy Elliot—. Este film biográfico tiene el mérito de no convertirse en un exagerado melodrama y de no sucumbir a las tentaciones de la mitomanía y del morbo, quedando como un relato tan nostálgico como respetuoso de las luces y las sombras de una estrella que brilló fugazmente y sin la intensidad que merecía, mostrándola como una persona compleja, con sus virtudes y sus humanas debilidades.
El relato exhibe cortos fragmentos de memorables trabajos en blanco y negro: En un lugar solitario (Nicholas Ray, 1950) nos la presenta en todo su esplendor junto a Humphrey Bogart, de quien fue amiga y vecina. Algunos pocos cambios de ubicación espacial y temporal, en flashback, vienen dados mediante suaves travellings que ponen en relación decorados y situaciones de diverso signo. Muy evocadora la banda sonora con hermosas melodías y canciones de los años 60 y 70, que Elvis Costello se ha encargado de actualizar.
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