(3) INVITACIÓN DE BODA, de Annemarie Jacir.

VIVIR EN PALESTINA
Esta coproducción multinacional —con premios a la mejor película y actores en los festivales de Mar del Plata, Dubai, Locarno, Roma, etc.— es un relato dramático, con algunos detalles de humor, que constituye el segundo film que nos llega de la realizadora Annemarie Jacir, de la que pudimos ver estrenado aquí —en el cine Albatros— La sal de este mar (2008). Me ha gustado, especialmente, la estructura narrativa de este relato situado en Nazareth —norte de Palestina, ahora Cisjordania—, donde un padre y su hijo van repartiendo personalmente, con su coche y por la ciudad, invitaciones a parientes y amigos para la boda de su hija y hermana, respectivamente.
Los protagonistas son ellos dos, separados no sólo por la distancia geográfica sino también por sus convicciones socio-políticas: el padre es un maestro de escuela bastante conformista, divorciado, resignado a una ocupación israelí que él considera la mejor manera de mantener una convivencia pacífica; el hijo, arquitecto, vive en Roma y no disimula su malestar ante la situación de humillación sufrida por los palestinos —abundantes banderas de Israel en las calles, muro de separación territorial, control militar, etc.—, mostrándose comprensivo con la resistencia de la OLP, la reconquista de la tierra y la defensa de la dignidad de su oprimido pueblo. Y hay cierto choque entre las costumbres ancestrales y una modernidad inasumible en un contexto local mayoritariamente musulmán, a su vez sometido a la hegemonía sionista.
El film, definido como una “road movie urbana”, muestra una sucesión de breves encuentros con diversos personajes de la ciudad representativos de las diversas actitudes —ideología, psicología, fortuna— ante la dependencia que se vive y se sufre en el país, con un reflejo fiel de los hábitos cotidianos, unos más atávicos y otros algo más evolucionados de acuerdo con los tiempos actuales.
Hay en la película muchos elementos sugeridos —no se subraya explícitamente su importancia en el relato— como es al parecer la condición cristiana (¿o laica?) de la familia protagonista, cuestión religiosa que apenas se revela en el interior del hogar, aunque se pueda ver el abucheo a un sacerdote por sumiso y el paso de un entierro con al ataúd marcado con una cruz mientras se evita celebrar la boda un sábado, día sagrado de los judíos.
La realizadora vive en el extranjero, lejos de sus raíces, y por eso se permite quizás plantear el delicado dilema entre una pasividad forzosamente colaboracionista con los invasores y un exilio que permite desde la añoranza la idealización de una patria vencida y sojuzgada.
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