(3) HANNAH, de Andrea Pallaoro.

UNA TRAGEDIA COTIDIANA
Esta coproducción italo-franco-belga es el primer largometraje que nos llega del italiano Andrea Pallaoro (Trento, 1982), que había debutado con Medeas (2013) tras cursar estudios de arte en Estados Unidos, donde reside actualmente, demostrando en entrevistas y en su práctica profesional ser un buen conocedor de las principales corrientes y de los más importantes creadores del séptimo arte. Elemento fundamental en el logro de esta magnífica película ha sido la actriz británica Charlotte Rampling (72 años), premiada como mejor intérprete femenina en el festival de Venecia. Con la expresividad de su rostro y singularmente con su mirada, ella realiza una labor insuperable, de una sobriedad y una intensidad realmente admirables.
Hannah es un denso drama protagonizado por una madura mujer de la limpieza que se derrumba por completo al ser encarcelado su marido —por unos motivos que no se explicitan para que el espectador centre su atención sólo en ella—, que debe sobrevivir haciendo frente a una familia descompuesta y a una desorientación vital con el exclusivo sostén de su rutinario trabajo diario, de una clase terapéutica de teatro para aficionados —impresionante el primer plano inicial con el prolongado grito como ejercicio de vaciamiento interior—, de la natación en una piscina, de los cuidados a un perro… Es su forma de buscar la propia identidad y, al mismo tiempo, de superar una tristeza aparejada a su sentimiento de culpa y de oprobio.
El film está construido mediante una sucesión de actos cotidianos, aparentemente intrascendentes, que configuran la modernidad de un relato de carácter existencialista cuyo estilo fue consagrado por el Neorrealismo italiano y por las aportaciones posteriores de Michelangelo Antonioni. La película constituye un profundo y riguroso análisis psicológico de Hannah, que reclama el afecto y la solidaridad del espectador mientras atribuye a éste la principal responsabilidad de descifrar y hacer explícito un discurso quizás algo hermético por estar elaborado con el lenguaje de la síntesis narrativa, de los movimientos pausados, de una gran sobriedad expresiva y de unos signos de marcado ascetismo formal. La finalidad última: provocar en el público una catarsis que le lleve a identificarse con la protagonista.
Hannah es consciente de su soledad, dolor e impotencia ante un mundo que ve naufragar a su alrededor. Y toda su tragedia se nos comunica en ocasiones a través de escenas e imágenes simbólicas de clara intencionalidad metafórica: la ballena varada en la arena en la que ella ve su propio cadáver; la secuencia final con la interminable bajada de las escaleras del metro, un verdadero descenso a los infiernos en su progresivo e imparable hundimiento personal.
La película ha sido rodada en el ya clásico formato de celuloide 35 mm. para lograr una mayor sensación de realismo al insinuar el dualismo entre el tormento íntimo del personaje y las imágenes de un mundo exterior —calles, oficinas, el mar— totalmente indiferente a su sufrimiento. Un contraste entre sentimientos y ambientes subrayado por la escasez de diálogos y el predominio del silencio, por los encuadres distorsionados y los planos aparentemente rebuscados que, no obstante, se subordinan funcionalmente a los propósitos del relato y nunca a un vacío esteticismo.
Hannah es, pues, un singular y sólido retrato femenino de una persona mayor, algo fuera de la moda imperante. Una osadía de “autor” que nos indica la independencia y honestidad de un cineasta que no se limita a seguir las exigencias del mercado.
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