(2) LA MUJER QUE SABÍA LEER, de Marine Francen.

EL SEMBRADOR
Este primer largometraje de Marine Francen —que había trabajado como ayudante a las órdenes de Michael Haneke y Olivier Assayas— está inspirado en un relato, muy breve y de tono poético, escrito por Violette Ailhaud con el título de El hombre semen. El film recibió el premio “Nuevos realizadores” en el festival de San Sebastián, aunque confieso que me ha decepcionado en buena medida por considerarlo fruto de una mediocre dirección, con encuadres de escasa fuerza expresiva y una trama bastante esquemática y superficial.
La narración tiene muchos puntos de contacto con El seductor (Donald Siegel, 1971) y con la pieza teatral La casa de Bernarda Alba de Federico Gª Lorca, aunque la solidaridad entre todas las mujeres y el pretendido lirismo del film lo alejen de los planteamientos mucho más realistas de las obras antes citadas.
Toda la película transcurre en un pequeño pueblo francés de los Alpes, con campesinos dedicados al cultivo del trigo y la cría de ganado ovino. El lugar, sin embargo, se queda sin un solo varón —sin futuro, pues— cuando en 1852 las fuerzas represivas del nuevo emperador Carlos Luis Napoleón III (1808-1873)—marido de Eugenia de Montijo, como muestra la inefable coproducción Violetas imperiales (1952)— llegan a la aldea para apresar a todos los hombres a causa de sus convicciones republicanas. Todas las mujeres se quedan solas, viéndose forzadas a hacer objeto de su deseo (sexual y reproductivo) a un fornido joven que se refugia allí como fugitivo de la Justicia, aunque tampoco falta el clásico idilio cuando el mozo se enamora de una bella muchacha, la única que sabe leer y escribir —cita-homenaje a Víctor Hugo—. No hay, pues, rivalidades ni celos: el macho es acogido colectivamente con comprensión, tolerancia y el consiguiente reparto de ofrendas seminales.
Relato feminista avant la lettre que magnifica el tesón y la valentía de ellas, modélicas trabajadoras agrícolas en cuadrilla, que superan con generoso idealismo las dificultades y cumplen sus propósitos sin que se describa ni analice mínimamente la situación que está atravesando el país. Los historiadores, por su parte, destacan la inicua conducta de quien había sido elegido presidente de la República en 1848 por la Asamblea nacional y que no tuvo reparos en dar un golpe de Estado en 1851 para proclamarse monarca absoluto como ya hiciera su tío Napoleón Bonaparte.
Dura y constante fue la persecución de los ciudadanos progresistas, especialmente los republicanos de la clase trabajadora, aunque los expertos ponen también de relieve la etapa de “estabilidad” política y de desarrollo económico que propició el auge de la burguesía industrial y financiera así como la expansión colonialista de la nación. Pero el emperador fue derrotado en la guerra franco-prusiana (1870) y murió exiliado en Inglaterra. Poco después el malestar del pueblo se materializó con el estallido de la efímera y machacada Comuna de París (1871).
Resulta evidente que la fotografía, el color y la iluminación han sido cuidados con esmero para dar a las imágenes —que adoptan un formato clásico casi cuadrado— el aspecto compositivo y cromático de las pinturas realistas de J. F. Millet (1814-1875). Aun así sigo añorando una mayor profundidad psicológica y una más rigurosa atención al contexto socio-político del momento.
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.