(3) VERANO DE UNA FAMILIA DE TOKIO, de Yôji Yamada.

UNA COMEDIA CORAL
El veterano y prolífico cineasta japonés Yôji Yamada —86 años y más de 80 films realizados—, de quien lamentablemente sólo han llegado 8 títulos a las pantallas valencianas, abordó el tema de los grupos parentales en el drama Una familia de Tokio (2013), un gran éxito comercial en su país de origen además de ganar la Espiga de Oro en el festival de Valladolid (la SEMINCI). Luego dirigió en clave de comedia Maravillosa familia de Tokio (2016) y con los mismos actores encarnando al clan Hirata Verano de una familia de Tokio, que es la segunda entrega de una prevista serie de tres películas.
Este nuevo relato de carácter coral tiene como eje narrativo a un anciano jubilado que es protagonista de casi todas las secuencias y que se obstina en seguir conduciendo su vetusto coche pese al deterioro de sus facultades físicas y a su frecuente implicación en pequeños incidentes de tráfico. Este modelo de comedia nipona no posee la elegancia ni la sofisticación de las mejores muestras del género producidas por el cine occidental —el de Gran Bretaña, de Francia y de Estados Unidos, especialmente—, desventaja que viene compensada con personajes entrañables y dotados de grandes dosis de humanidad, además de emplear un estilo costumbrista que permite constituirse en crónica fiel de la vida cotidiana. Hay en este film, sin embargo, tres o cuatro escenas de carácter dramático cuya hondura y emoción nos permiten rememorar al maestro Yasujiro Ozu.
El matrimonio, un hermano del marido, hijos e hijas, yernos y nueras, nietos… conforman un grupo humano —parece un milagro que tantas personas puedan vivir o reunirse en una casa de limitadas dimensiones— cuyas relaciones no están libres de discusiones, mezquindades y egoísmos. La otra cara de la moneda, más triste y resignada, es el desamparo al que están abocados algunos ancianos, condenados a la soledad, las enfermedades y la muerte.
No faltan tampoco las escenas presididas por el sentimiento de la nostalgia, en esta ocasión provocada por el recuerdo de los tiempos juveniles, en la posguerra, como estudiantes de instituto y por el reencuentro casual con un viejo compañero, ahora abatido tras la quiebra económica y con una delicada salud. Aunque toda esta amargura venga acompañada —y aliviada con humor— por el recuerdo de los momentos felices evocados en medio de animadas borracheras —ahora con whisky y burbon en vez de sake— saldadas inevitablemente con molestas resacas.
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