(3) UN SOL INTERIOR, de Claire Denis.

BUSCANDO EL AMOR DESESPERADAMENTE
La obra fílmica de Claire Denis —1946, con estudios de cine en el IDHEC parisino— nos ha llegado de forma parcial e irregular: Chocolat (1988) emitida por TV; Una mujer en África (2009) estrenada en la gran pantalla, y Los canallas (2013) en formato DVD. La reciente Un sol interior ha sido considerada una excelente comedia dramática, en principio inspirada en el ensayo de Roland Barthes Fragmentos de un discurso amoroso aunque en realidad sea fruto de las experiencias personales de la guionista Christine Angot y de la propia actriz protagonista, una sensacional Juliette Binoche. En esencia, la película viene a plantearse la eterna pregunta —aquí desde un punto de vista femenino— de si el amor existe realmente y si puede durar eternamente. Isabelle, madura madre divorciada y pintora artística de profesión, sostiene diversas relaciones erótico-sentimentales pero no encuentra lo que anda buscando: un hombre que colme plenamente sus ansias tanto físicas como afectivas.
Hace ya tiempo que los especialistas —psicólogos, psicoanalistas, sociólogos, etc.— señalaron la dificultad de entablar unas relaciones estables, satisfactorias y duraderas entre hombres y mujeres debido a sus diferentes proyectos de vida: los varones suelen perseguir de forma egoísta el placer sexual inmediato y la feminidad representa sólo un factor instrumental, coyuntural, instalado en medio de sus actividades profesionales; ellas en cambio ven la relación amorosa como algo global, esencial y generoso, convencidas de que la fidelidad y el afecto les asegurará una feliz y larga convivencia.
La cuestión es que ya Michelangelo Antonioni —un cineasta profético que suele ser menospreciado por algunos ignorantes— planteó en su cine estas cuestiones hace más de 50 años: la crisis de los sentimientos en las relaciones amorosas en unos tiempos modernos —la industrialización, los negocios, el capitalismo financiero, el consumo obsesivo de objetos, el sexo fácil sin implicación emocional, etc.— en los que entre el hombre y la mujer, en la pareja, la intimidad se había convertido en incomunicación y la monogamia había sido sustituida por el coleccionismo genital. El deseo, la pulsión erótica permanentemente renovada, era el nuevo y sagrado ídolo al que había que rendir tributo.
Lo que en Antonioni era sugerido con un lenguaje fenomenológico de vanguardia —el desierto afectivo como precio pagado por la modernidad expresado con formas un tanto abstractas que adquirían sin embargo una mayor profundidad y una dimensión más universal— en Caire Denis se torna relato cotidiano, naturalista y psicologista, todo quizás demasiado explícito, auxiliada por un reparto de notables intérpretes que no pueden evitar cierta sensación de estar contemplando casos particulares de limitada validez que no llegan a desentrañar el fondo de la cuestión.
En Un sol interior cada individuo nos ofrece su visión de las cosas, del amor, de la mujer y del hombre, del sexo, de la vida como un sistema de interdependencias, pero es el personaje encarnado por Gérard Depardieu —en apariencia un “vidente” tramposo y convencional— el único que parece acercarse finalmente, como resumen, al núcleo del problema con la sinceridad y sensatez mínimamente exigibles: sólo existen breves momentos de felicidad, las experiencias sublimes son escasas y fugaces, las emociones embriagadoras llegan de forma esporádica e inesperada, todo lo mejor que nos sucede se presenta de forma tan sutil como evanescente. Lo que impera, por el contrario, es lo banal, lo provisional, el simulacro, lo decepcionante, la imperfección humana.
Isabelle busca en la mirada de los demás el deseo que confirme su autoestima. De los sentimientos apenas percibe el menor rastro. Es una mujer próxima a los 50 años, insegura de sí misma, que ya se pregunta con angustia si existe hoy realmente ese ideal del amor “verdadero, profundo e interminable” o si hay que resignarse necesariamente al fracaso, la soledad y las lágrimas.
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