(3) FOXTROT, de Samuel Maoz.

FAMILIA EN ESTADO DE GUERRA
Segundo largometraje del cineasta israelí Samuel Maoz (Tel Aviv, 1962), Foxtrot es una coproducción internacional que reincide en la línea temática de su primero —el galardonado Líbano (2009)— y que ha sido reconocido también en el festival de Venecia 2017 con el Gran Premio del Jurado. Uno y otro tienen en cuenta experiencias personales del realizador como soldado del ejército. El título de su segundo film alude metafóricamente a la fuerza del destino considerado como un círculo vicioso, pues el foxtrot es un baile procedente del jazz cuya estructura melódica descansa en un núcleo de ocho compases, de ritmo 4 x 4, con la particularidad de que los movimientos ejecutados por el bailarín le retrotraen siempre al mismo sitio en que comenzó la danza.
La película aparece estructurada como un drama en tres actos, cada uno de los cuales está dedicado, respectivamente, al padre, al hijo y a la madre, personajes de distintas generaciones pero afectados todos ellos por la permanente situación de guerra con los países vecinos —los árabes—, que aquí se concreta en un omnipresente clima de violencia y se refleja en la tragedia de una familia que debe afrontar la repentina noticia de la muerte de su hijo en una misión militar.
Sorprende Foxtrot por constituir una mirada tan insólita como osada, por su actitud crítica contra las fuerzas armadas, por un antimilitarismo caracterizado por lo caótico y absurdo de un interminable estado de guerra, todo lo cual le ha causado al director un serio enfrentamiento con su propio gobierno. El film desborda el clásico relato naturalista mediante la estilización expresiva, los detalles surrealistas, la fantasía que impregna algunas situaciones, los fragmentos de dibujos animados, la mezcla de melodrama y humor sarcástico, etc., una heterogénea muestra estilística elaborada con la probable intención de distanciar reflexivamente al espectador.
Samuel Maoz recurre también al uso complementario de la música clásica y el pop como contrapunto de la rutina cotidiana, para descubrir los aspectos más insólitos y ridículos de la dura realidad, la oficialmente admitida. No evita emplear cualquier artificio narrativo al servicio de sus intenciones comunicativas —por ejemplo, en un plano yuxtapone simbólicamente unas naranjas del país con la noticia de unos soldados fallecidos en combate— aunque, en opinión de algunos analistas, estos rebuscados mecanismos formales obedecen antes a un pretencioso narcisismo de “autor” que a la funcionalidad requerida en el fluido de ideas y sentimientos.
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