(3) EL INSULTO, de Ziad Doueiri.

LAS RAÍCES DEL CONFLICTO LIBANÉS
Del cineasta libanés Ziad Doueiri, formado profesionalmente en Estados Unidos al lado de Quentin Tarantino y afincado actualmente en París, pudimos ver en nuestras pantallas West Beirut (1998) y Lila dice (2004), cuyo interés se ha visto acrecentado, si cabe, por El insulto, un film muy bien acogido en los festivales de Venecia y Valladolid. Ubicado en la capital del Líbano, el relato comienza con una discusión, aparentemente trivial, entre un cristiano maronita y un refugiado palestino musulmán en torno a un desagüe de la fachada de la casa del primero.
El conflicto pasa de las palabras ofensivas a la agresión física y acaba en el juzgado. Los juicios constituyen un recurso narrativo que permite exponer y sintetizar en el cine las razones de las partes enfrentadas, aunque en este caso el proceso judicial, divulgado y exagerado por los medios, se convierte en una cuestión de ámbito nacional debido a sus implicaciones políticas.
Así pues, el film tiene un alcance metafórico: es la representación simbólica de una sociedad dividida en dos bloques antagónicos, reflejo actualizado de la guerra civil que entre 1975 y 1990 (con más de 150.000 muertos) enfrentó a cristianos y musulmanes, a ricos y pobres, a derecha e izquierda como culminación de unas tensiones —religiosas, sociales e ideológicas— que fueron agravadas por la presencia en el país de muchos refugiados palestinos tras la guerra entre árabes y judíos (1967) y por las acciones terroristas de la facción chiíta Hezbolá contra el vecino estado de Israel. La guerra civil no tuvo un final claro y definitivo: se saldó con una amnistía general, por lo que el rencor y la violencia continuaron de forma más o menos larvada.
El film logra evitar la elementalidad del didactismo pese a la complejidad del problema y a la larga duración de la escisión nacional, circunstancias complicadas por la inoperancia práctica de una Constitución equilibrada y sensata que obliga a elegir como presidente de la república a un cristiano y como primer ministro a un musulmán sunita.
Las dos invasiones territoriales y los frecuentes bombardeos del Líbano por el ejército israelí como represalias contra los atentados palestinos, la intervención pacificadora de la ONU y la mediación de la Liga Árabe no han dado frutos positivos ni han evitado la dimisión de algunos gobernantes y el asesinato de numerosos dirigentes políticos. Un contexto envenenado generador también de enfrentamientos personales como el que ilustra la película. En el fondo, la eterna cuestión de la memoria histórica: ¿debe prevalecer el recuerdo de la injusticia sufrida y la exigencia de su reparación o la generosidad del perdón y el olvido? Complicado dilema incluso para un pequeño país mediterráneo del Oriente Medio con sólo 10.400 km. cuadrados de superficie y una población que no supera los cuatro millones de habitantes.
Ziad Doueiri ha volcado su talento directivo en la labor de los actores, los diálogos, la planificación y el ritmo, sin olvidar la consideración de las mujeres como personas más sensatas y dialogantes que los varones.
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