(4) THE FLORIDA PROJECT, de Sean Baker.

EL INFIERNO PINTADO DE ROSA
Esta excelente muestra de cine independiente USA, tan brillante como inteligente, nos llega cargada de premios y reconocimientos internacionales, constituyendo el primer largometraje que nos permite contactar con el trabajo del realizador Sean Baker (Nueva York, 1971). Se trata de una especie de puesta al día del Neorrealismo italiano de postguerra —escenarios naturales, actores no profesionales, argumento actual con gente de la calle, etc. —, ahora con un lenguaje de cine moderno —tiempos muertos, elipsis temporales, brevísimas secuencias, montaje generador de un ritmo rápido, etc. — pero con idéntico propósito moral, en este caso expresar un sentimiento de afecto y de piedad hacia los niños sin futuro, víctimas inocentes de una sociedad desquiciada. Ya fue esta la preocupación, en los años 40, de Vittorio de Sica (El limpiabotas, 1946) y de Roberto Rossellini (Alemania, año cero, 1948).
Protagonizan la película la niña Moonee y su joven madre soltera cuya conducta irregular, aquí apenas sugerida —prostitución, drogas, hurtos—, acabará por privarla de la custodia de la hija. Este relato lúcido y cruel es resultado de un reflejo de la realidad sin artificios edulcorantes pero también del empeño en no caer en el alegato demagógico ni en el melodrama lacrimógeno. La mirada objetiva y testimonial sobre la existencia cotidiana, sobre la gente ordinaria —carente de cultura, de trabajo y de dinero— alcanza la máxima autenticidad sin necesidad de recurrir a la habitual ostentación de “miserabilismo” de mucho cine ideológicamente comprometido, bastando para ello una gran sencillez narrativa y expresiva.
El exagerado colorismo de los edificios —la fotografía descansa en un soporte de celuloide 35 mm. — choca con la pobreza de la gente que los habita, frecuentemente de manera precaria, mostrando sin subrayado alguno el injusto contraste entre el cielo y el infierno, entre el ostentoso DisneyWorld de Orlando (Florida), un mundo de evasión y fantasía, y los apuros diarios de una clase desfavorecida al borde de la mendicidad, sin que ello empañe el tono general de vitalismo y cordialidad con que están contemplados estos “extraños en el paraíso”.
Estamos en medio de un caluroso verano —piscina, helados, ropa ligera— y Willem Dafoe —el único actor profesional del reparto— encarna admirablemente al conserje del degradado motel, antes turístico, donde ejerce las funciones de vigilante, administrador y encargado del mantenimiento: un honrado protector de los más débiles —sobre todo de los niños— convertido en su ángel de la guarda. El sueño americano se ha roto y ha sido sustituido por el afán de una miserable supervivencia.
La crisis económica que se respira y la desesperanza de muchos adultos contrastan poderosamente con la inocencia y los imaginativos juegos de los más pequeños aunque sus travesuras y mala educación —la procacidad de su lenguaje, aprendido de los mayores— nunca se disimulan porque señalan el triste porvenir que les aguarda. Una estupenda película.
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