(4) LA FORMA DEL AGUA, de Guillermo del Toro.

LA MUJER Y EL MONSTRUO
El mexicano Guillermo del Toro (Guadalajara, 1964) es un veterano cinéfilo con amplios conocimientos sobre el cine popular, especialmente el de “género”, el que predominaba en su infancia, cuando frecuentaba las salas de barrio. Pero atrapado últimamente por las exigencias de la poderosa industria de Hollywood, ha optado por dotarse de una mayor libertad creativa trabajando como guionista, productor y director con unos medios más limitados, iniciando una nueva etapa con La forma del agua, un film que sin necesidad de renunciar a sus principios y a su peculiar estilo le ha valido, de momento, el León de Oro en Venecia y dos Globos de Oro.
Su última película se inspira en la trayectoria artesanal de un relevante especialista en cine fantástico USA de los años 50, Jack Arnold, tan imaginativo como irregular con sus productos de serie B financiados por la Universal —una compañía especializada en el género de terror— entre los que le causaron un fuerte impacto dos títulos como La mujer y el monstruo (1954) y su continuación La venganza del monstruo (1955).
Pero Del Toro ha hecho su personal versión aplicando cambios radicales: el monstruo “humanoide” sigue siendo un híbrido de pez y reptil capturado en el Amazonas pero ahora es el “bueno” de la historia y demuestra tener poderes benéficos. Su relación amorosa con Elisa posee claras connotaciones eróticas y su aspecto con branquias y escamas ya no provoca horror o miedo, sino que aparece rodeado de un aura poética que, atravesando un contexto realista, se emparenta con películas emblemáticas como King Kong (1933), El fantasma de la ópera (1925, 1943) o La bella y la bestia (1946). El monstruo y Elisa —una chica muda, de aspecto físico corriente, encargada de la limpieza en un laboratorio militar estadounidense en 1962— viven un singular idilio al margen de las normas establecidas, resultando patente la idea de la soledad y la marginación redimidas por el amor, un referente tan caro al Romanticismo como valorado por los surrealistas.
Del Toro ha modificado y enriquecido el planteamiento original con la inclusión de la Guerra Fría y los espías soviéticos, la discriminación racial y la presencia de una sexualidad liberada, resultando de ello un cóctel elaborado con gran inteligencia y sensibilidad en torno al choque entre el sistema y los rebeldes inadaptados. La heroína Elisa es una mujer con coraje que se siente muy a gusto en compañía de la criatura anfibia, del amigo y vecino gay y de la compañera de trabajo negra, seres “diferentes” como lo es ella.
Las abundantes citas cinéfilas, los programas de la TV y las melodías populares del momento se complementan con la excelente banda sonora musical de Alexandre Desplat y con los objetos, decorados y mobiliario “retro” años 40 y 50, además de una fotografía llena de contrastes y claroscuros cuya textura nos remite al cine de hace medio siglo, con una especial atención a los géneros cinematográficos y, más en concreto, al fantástico, el musical y el noir.
Los protagonistas de La forma del agua, como los “malditos” Drácula, Frankenstein y el Hombre Lobo, no tienen la posibilidad de vivir como el resto de los humanos y sus pulsiones más íntimas están condenadas al fracaso cuando no abocadas a la comisión de acciones violentas y antisociales. Aunque no dejan de ser, en realidad, unas víctimas de la segregación y de la intolerancia, como el propio realizador, un extranjero instalado en el “paraíso” americano. La sabia mezcla de géneros, hecha desde un punto de vista adulto, incluye también a la política y el sexo mediante imágenes y situaciones creadas con una gran fuerza expresiva. El agua es el elemento omnipresente que vertebra toda esta fábula.
El monstruo está muy bien diseñado y ha sido hábilmente construido mediante el maquillaje y los efectos digitales. Él es el elemento nuclear de una fantástica historia de amor silencioso donde la pareja protagonista sólo puede comunicarse a través de las miradas y los gestos. Un relato onírico construido por una cámara en constante movimiento.
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