(2) THE DISASTER ARTIST, de James Franco.

EL FRIKI QUE QUISO SER CINEASTA
Tim Burton nos contó en Ed Wood (1994) la peripecia del considerado por muchos el peor director de la historia del cine debido a su torpeza narrativa y a la tosquedad de sus efectos especiales en filmes de género, aunque pronto se convirtió en un cineasta de culto precisamente a causa de la ínfima calidad de sus películas.
Ahora nos llega el primer largometraje importante dirigido por el prolífico actor James Franco (California, 1978) en el que encarna a Tommy Wiseau, un friki hollywoodiense que pretendió alcanzar fama y fortuna con su primer film titulado Te room (2003), del que fue productor, guionista, intérprete y director. Su absoluta incompetencia, pretenciosidad y misoginia convirtieron la película en un rotundo fracaso cuando se estrenó en un cine de Los Ángeles. Aunque quería ser un drama romántico, los escasos espectadores que acudieron al evento se partieron de la risa y este título se convirtió también en legendario, como el peor de todos los tiempos, aumentando el número de los fans que vuelven a verlo una y otra vez celebrando casa sesión como una ceremonia de sublime diversión.
Tommy Wiseau perdió los 6 millones de dólares invertidos —sólo recaudó en taquilla 1.500 dólares, que malgastó comprando y no alquilando el equipo de rodaje—, fue cambiando incesantemente el guión que había escrito y renovando con frecuencia a los actores y técnicos contratados en un principio. The disaster artist narra las abundantes incidencias ocurridas durante la complicada y dilatada filmación de The room y se inspira para ello en el libro del actor y testigo Greg Sestero, interpretado aquí por Dave Franco, hermano del protagonista y director del nuevo film, galardonado con la Concha de Oro en el último festival de San Sebastián, tras ser exhibido en el de Toronto y recibir James Franco el premio Gotham como mejor actor.
En The disaster artist se describe la inconsciencia de Wiseau, carente de los mínimos conocimientos del oficio, pero también la inquebrantable fe en sus propias capacidades y una irresponsabilidad que le ha reportado la gloria precisamente por su insólita incompetencia y osadía. A mí un bodrio como el suyo me produciría más pena que risa y admiración porque considerar un disparate lleno de incongruencias el colmo de la genialidad —aunque involuntaria— resulta absurdo si pensamos que lo hubieran merecido mucho antes los hermanos Marx que, con Una noche en la ópera (Sam Wood, 1935), lograron “deconstruir” con talento y humor del bueno un género sublime como es el arte lírico-musical.
No todo vale, pues, en el esnobismo posmoderno aunque en el film de James Franco hay escenas que son fieles reproducciones de las originales y en el reparto aparecen como “extras” algunos famosos directores —Judd Apatow, etc.— y célebres actrices —Sharon Stone, Melanie Griffith, etc.— en cameos de unos pocos segundos.
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