(2) FINAL PORTRAIT – EL ARTE DE LA AMISTAD, de Stanley Tucci.

LOS PINCELES DE GIACOMETTI
Del actor y luego director Stanley Tucci (Nueva York, 1960) se vieron aquí puntualmente dos discretas películas —The impostors (1998) y El secreto de Joe Gould (2000)— además de anunciarse el pase de su primer largometraje —Una gran noche (1996)— en una sesión de madrugada, en enero de 2003, de Antena 3 TV. Ahora ha abordado, más que una biografía, un episodio concreto de la trayectoria artística del pintor y escultor italo-suizo Alberto Giacometti (1901-1966), establecido en París en 1922 y preocupado especialmente por la figura humana, representada siempre con una estilización totalmente alejada de las formas del naturalismo. En 1964 invitó a posar para hacerle un retrato al crítico de arte norteamericano —también biógrafo suyo— James Lord, que acudió a su destartalado taller parisino durante dos semanas. En el film interpreta al amigo escritor Armie Hammer, un guapetón de limitados recursos expresivos.
La película intenta mostrar el proceso de creación del artista, de estilo tan exclusivo como inconfundible. En pintura utilizaba preferentemente el blanco y el negro, uno de los motivos que llevaron a los teóricos a atribuirle las más diversas influencias, desde el expresionismo al cubismo y desde la abstracción al simbolismo. En el film los colores de la fotografía aparecen muy apagados, casi convertidos en grises. Como escultor se distinguió por su método de trabajo, rehusando el tradicional vaciado de los bloques del material —con el cincel y el martillo— para modelar las figuras con arcilla montada sobre un eje fijo que él iba engrosando y perfilando antes de sacar el molde para fundirlas en metal: cuerpos alargados, miembros escuálidos, superficies rugosas…
Los elementos biográficos y ambientales quedan reducidos al mínimo: local de trabajo-hogar desordenado —no deseaba ser propietario de un apartamento burgués—, desinteresado con el mucho dinero que ganaba, de carácter caprichoso y aspecto desaliñado, casado pero muy generoso con sus amantes, siempre insatisfecho con sus obras —a veces inacabadas o destruidas— aunque despreciando o fingiendo desinterés por sus colegas más famosos… En realidad, una recreación bastante tópica del “genio” que sabía combinar el talento con la extravagancia, la descripción de un modelo a cuya singular configuración ha contribuido el actor Geoffrey Rush —especialista en encarnar a personajes tan célebres como excéntricos—, que ha caricaturizado en demasía a Giacometti con sus gestos y poses, sensación que ciertamente no produce la enorme fotografía que del mismo hay —o había— en la cafetería del IVAM valenciano.
Una idea aprovechable de Final portrait es la perpetua insatisfacción del artista ante su obra, no sólo si se trata de cuadros o esculturas sino también de libros, sinfonías, películas, etc., pues debe dar por terminado un proyecto cuando su deseo más profundo sería el de alcanzar la perfección retocando y corrigiendo incesantemente el objeto creado.
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