(3) EL SACRIFICIO DE UN CIERVO SAGRADO, de Yorgos Lanthimos.

LA VENGANZA
Los que tuvieron oportunidad de ver las anteriores películas de Yorgos Lanthimos (Atenas, 1973) Canino (2009), Alps (2011) y Langosta (2015) podrán entender mejor el sentido y la originalidad de su nuevo trabajo, una co-producción entre Irlanda, Gran Bretaña y USA con famosos intérpretes (Colin Farrell y Nicole Kidman) y con utilización de algunos fragmentos de música coral de Franz Schubert en momentos clave del film.
Premiada en los festivales de Cannes y de Sitges, El sacrificio de un ciervo sagrado sorprende al espectador por su exquisita realización, con una fotografía, unos encuadres y un ritmo narrativo dotados de una elegancia y de una perfección formal —Lanthimos ha sido un experto creador de spots publicitarios— que contrastan con la sordidez y la negrura de una historia que parece creada por la mente de un Stephen King.
El descubrimiento de la culpabilidad de un prestigioso cirujano cardiaco —que provocó con su conducta imprudente la muerte de un paciente— toma cuerpo con sus correspondientes dosis de intriga y de suspense en la “diabólica” personalidad del adolescente hijo del fallecido, que corresponde al benévolo acogimiento por parte de la privilegiada familia del médico con una maldad que termina trágicamente.
El film tiene el mérito de integrar paulatina y eficazmente los elementos realistas del relato en un ámbito tan angustioso como inexplicable, pasando del naturalismo al absurdo, de lo cotidiano a lo sobrenatural, convirtiendo unos sucesos ordinarios en metáfora de la destrucción física y moral de una familia ejemplar, de la violencia extrema, merced al sutil desplazamiento formal desde el drama familiar al thriller psicológico y desde éste al reinado de un clima fantástico-onírico volcado hacia el terror.
Pasando por alto el probable exceso de truculencias en el último tramo de la película, destaca también la aguda observación de las relaciones personales en el seno de las costumbres sociales, un ámbito en el que resulta tan habitual como incorrecto traspasar abusivamente la frontera entre la buena educación y la generosidad para invadir la privacidad de las vidas ajenas. Incómoda resulta también la perversidad de determinados mecanismos que se emplean como venganza para desarmar y dañar al contrincante: la lógica desaparece de escena y todo parece concordar con la cruel fábula bíblica del abortado sacrificio de Isaac por su padre Abraham, un abuso autoritario ordenado por el propio dios de los hebreos. Pecado, culpa, expiación y redención con derramamiento de sangre, un ámbito cultural asumido después en la mitología helénica.
No deja de llamar la atención que el culto cine de “autor” haya recurrido a elementos expresivos populares más propios del cine fantástico y terrorífico, transformando la refinada sofisticación en un impactante mecanismo psicológico que nos remite a ciertos filmes de Hitchcock, Kubrick y Polansky. Alterando siempre repentinamente la normalidad de los espacios ocupados por el hombre con la intrusión de factores irracionales. En esta ocasión, la sórdida historia de los pulcros burgueses convertidos en fríos asesinos tras ver amenazado su privilegiado estatuto social. La lujosa residencia familiar y el aséptico recinto hospitalario iluminado por el neón son los escenarios del conflicto. Lugares donde también la sexualidad se manifiesta de manera cruda y perturbadora. La amabilidad y la buena educación parecen ser pues meras estrategias defensivas que se desbaratan fácilmente cuando el mundo exterior invade y amenaza los dominios de nuestra intimidad.
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