(4) EN CUERPO Y ALMA, de Ildikó Enyedi.

SOLITARIOS EN EL MATADERO
De la cineasta húngara Ildikó Enyedi (Budapest, 1955) sólo hemos tenido ocasión de ver su opera prima Mi siglo XX (1988), premiada en Cannes y emitida por TVE en 1994. Nos llega ahora En cuerpo y alma, película triunfadora en el festival de Berlín de este año, galardonada con el Oso de Oro y otros reconocimientos.
No se trata de una obra fácil ni confortable pues se adscribe a ese vago concepto del llamado cine “moderno”, de autor, que se limita a mostrar conductas y actitudes de personajes sin definirlos ni catalogarlos, con una mirada existencialista mediante la que la cámara los contempla con un cierto distanciamiento dejando al espectador la tarea de leer e interpretar un discurso fílmico que se nos presenta de un modo voluntariamente frío y neutro.
La anécdota es aquí lo de menos. La dificultad para relacionarse que sienten tanto la empleada de un matadero de terneros como su jefe nos es mostrada en formato scope dando importancia al espacio —al vacío— que separa más que une a los protagonistas, unos cuerpos y almas incapaces de acercarse pese a compartir no sólo un trabajo sino también , paradójicamente, idénticos sueños nocturnos. María y Endre son seres solitarios, introvertidos, estrictamente profesionales, con una gran desconfianza ante el mundo exterior. La incomunicación llevada a su máxima expresión, como defensa, rozando lo patológico.
El relato recurre a las metáforas y a algunos planos imaginarios —los ciervos del bosque nevado, la matanza y despiece de los animales, la aséptica limpieza del local, etc.— para acercarse a unas personas herméticas y esclavas de una vida interior llena de secretos y de obsesiones. Una actitud que la realizadora explica refiriéndose a la falta de sociabilidad y de empatía con los demás, en el mundo actual, de gente encerrada en sí misma.
La cámara, el ritmo lento y la escasez de diálogos son el microscopio con el que son observadas las personas en un intento de comprender sus reales motivaciones, a modo de un entomólogo que estuviera observando y estudiando detalladamente a unos insectos. Miedo a sincerarse, a expresar los sentimientos —si es que se tienen—, a mostrar las propias debilidades, la timidez, el drama de una primera cita… Situaciones ordinariamente dramáticas atemperadas aquí con sutiles detalles de humor y de ironía.
La realizadora ha manifestado que el film refleja parte de sus propias vivencias y preocupaciones —se le murió un hijo pequeño y asistió a la larga enfermedad terminal de su padre—, afirmando que una vez desaparecido el soporte de la religión, de la seguridad que la misma proporciona, nos convertimos en náufragos en medio de la tormenta que es vivir en sociedad. Prevalece ahora —dice— una libertad que conlleva responsabilidad, inseguridad, ausencia de normas, la angustia y el vacío de una existencia sin otro horizonte que la muerte. Aunque esta mirada pesimista intenta compensarla reconociendo la necesidad de aprender a vivir cultivando y expresando los afectos, asumiendo el propio cuerpo y el de los otros como fuente de placer, superando esa represión atávica de los instintos que nos anula llenándonos de insatisfacción.
Un film de gran densidad conceptual, algo hermético pero cinematográficamente digno de admiración.
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