(4) EL TERCER ASESINATO, de Hirokazu Kore-eda.

VERDAD MATERIAL Y VERDAD FORMAL
En esta película el prestigioso cineasta japonés Hirokazu Kore-eda (Tokio, 1962) —realizador de Nadie sabe (2004), Still walking (2008), De tal padre, tal hijo (2013), Nuestra hermana pequeña (2015), Después de la tormenta (2016), etc.—, toma prestados elementos del cine policiaco, del judicial, del thriller y del negro para elaborar un personal film de “autor” sin necesidad de recurrir a la intriga, el suspense o la resolución final de un enigma pese a contar con un asesinato, un criminal confeso, un abogado defensor y un juicio penal.
En la investigación de los hechos, los móviles y las circunstancias del delito, el espectador percibe la dificultad para establecer la verdad de lo sucedido porque las convenciones de “género” se transforman aquí en una reflexión filosófica sobre los límites del conocimiento y sobre el carácter poliédrico —con múltiples facetas— de la realidad. Si el autor del delito y los testigos mienten, si ocultan parte de los hechos y se contradicen al hablar, ¿qué nos queda más allá del agnosticismo pese a la amenaza de una pena de muerte tan cruel como irreparable? No queda lejos la estructura narrativa de Rashomon (Akira Kurosawa, 1950) y la conexión que entre Derecho y Moral presenta en varias de sus películas Fritz Lang, como Furia (1936), Sólo se vive una vez (1937) y Más allá de la duda (1956).
El tercer asesinato (2015) fue el resultado de la perplejidad de Hirokazu Kore-eda cuando algunos abogados le informaron de que en los juicios penales no siempre prevalece la verdad material sino la que formalmente establece el magistrado en su sentencia a partir de las pruebas aportadas por el fiscal acusador y por la defensa. El film, presentado en los festivales de Venecia, Toronto y San Sebastián, basa su “modernidad” no sólo en la neutralidad valorativa del director, que no juzga ni muestra simpatía por alguno de los personajes, sino también por su final abierto a distintas conclusiones, todo ello magníficamente fotografiado en cinemascope, con expresivas imágenes que distribuyen luces y sobras además de incluir primeros planos de forma magistral —una blasfemia en los años 50 y 60, cuando nos asombraba la pericia técnica del especialista en pantalla ancha Richard Fleischer—.
Con un ritmo lento y planos de larga duración, Kore-eda —guionista, director y montador— soslaya los efectismos de la acción para reflexionar sobre la frágil condición humana, como ya hicieron Ozu, Dreyer o Bresson. Los conceptos jurídicos básicos como culpa, responsabilidad, circunstancias, arrepentimiento y castigo se diluyen en un relato que concede la máxima importancia a las relaciones interpersonales, ya sean las profesionales entre el acusado y su defensor o bien las a veces ocultas e inconfesables entre los trabajadores de la fábrica y las de éstos con sus propios familiares. Exteriores nevados, frío y oscuridad invernal de la región norteña de Hokkaidö y funcional banda sonora del músico italiano Ludovico Einaudi perfilan en la pantalla este drama judicial que explicita lo engañoso de las apariencias y la imposibilidad de conocer toda la verdad.
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