(3) LA CORDILLERA, de Santiago Mitre.

LA CUMBRE
El prestigio alcanzado por el argentino Santiago Mitre (Buenos Aires, 1980) por la calidad de sus películas El estudiante (2012) y Paulina (2015) se extiende a La cordillera, cuyo guión fue elegido como proyecto preferente por una Fundación en el festival de Cannes. Se trata de un thriller político que muestra las decisiones de un gobernante en medio de una reunión internacional con importantes repercusiones económicas pero también acompañada de acuerdos ocultos, amaños tramposos, sobornos, manipulaciones y alambicadas estrategias, todo ello estructurado en forma de un suspense ligado también a discursos, negociaciones, decisiones interesadas y, en definitiva, corrupción.
Ricardo Darín está soberbio en el papel del protagonista Hernán Blanco, presidente de la República Argentina, aunque también haya que destacar la labor de Christian Slater, Elena Anaya y Daniel Giménez Cacho, entre los intérpretes más conocidos. Hay en La cordillera —impresionantes imágenes nevadas de los Andes— dos relatos paralelos que se entrecruzan y alimentan mutuamente, dando complejidad a la película: la vida privada del presidente y sus oscuras relaciones con su hija por una parte y, por otra, la actuación pública en la esfera política que se concreta aquí en un encuentro de alto nivel de presidentes de países sudamericanos con la intención de crear un poderoso mercado petrolífero ante las expectativas de la América Central y la vigilancia interesada de los Estados Unidos. La multiplicidad de facetas del relato es consecuencia de la interacción entre la práctica institucional, las debilidades personales y los problemas íntimos de los mandatarios, que no pueden sortear la enorme responsabilidad de sus decisiones.
La música de Alberto Iglesias dota al film de un aire inquietante que afecta tanto al ambiente del lujoso hotel andino como al trastorno mental de la hija del presidente argentino, necesitada de una terapia hipnótica que remite en determinados pasajes oníricos y misteriosos al cine de Hitchcock y de Polanski. La película se enriquece, pues, con esos secretos familiares a punto de ser desvelados y con una reflexión sobre el bien y el mal en el ámbito de la política, cargada de implicaciones éticas y personales. Aunque ya sabemos que en ocasiones prevalece la ambigüedad moral y se llevan a cabo maquiavélicas maniobras para engañar a los ciudadanos y seguir ocupando los cargos importantes. Un film hecho con la solidez que facilita un oficio bien aprendido.
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