(2) LA SUERTE DE LOS LOGAN, de Steven Soderbergh.

GRAN ROBO EN LAS CARRERAS
Steven Soderbergh (Atlanta, 1963) demuestra una vez más su habilidad para compaginar las exigentes películas de calidad con las grandes producciones de entretenimiento financiadas por importantes compañías de la industria del cine. Había decido retirarse de la dirección de filmes para la gran pantalla y dedicarse exclusivamente a trabajos en TV pero ha regresado a su trabajo habitual con La suerte de los Logan, realizado a partir de un guión de Rebecca Blunt utilizando un sistema de rodaje digital para abaratar costes con un equipo reducido y poder reelaborar algunas imágenes mediante el ordenador, todo ello al margen de las poderosas corporaciones y logrando a la vez un film comercial al uso —que incluyen a algunos cotizados actores—, de poderoso atractivo para la taquilla, y un producto independiente en el que se ha permitido desempeñar con amplia libertad las funciones de director, fotógrafo, montador y distribuidor.
La película pertenece al subgénero de complicados robos meticulosamente planeados y milimétricamente ejecutados —muy frecuentado por Hollywood—pero en esta ocasión los delincuentes no son ricos y sofisticados ladrones profesionales sino unos aficionados nada violentos que se comportan como marginados antihéroes de la América profunda. De hecho Jimmy Logan, el protagonista, es un minero en paro, sin un centavo, divorciado y con una hija pequeña. Junto a un hermano lisiado en Irak y una hermana buscan cómplices para apoderarse de la recaudación de un circuito de carreras de coches en Carolina del Norte.
Lo convencional reside en el hecho de que todas las piezas de la complicada operación encajan a la perfección pese a su enorme dificultad, pero lo meritorio estriba en el talento requerido para articularlas adecuadamente, conferir a los personajes una mayor complejidad de lo habitual y desarrollar el relato con el oficio y el ingenio necesarios para que los planos, el ritmo y el tono alcancen la brillantez requerida.
Steven Soderbergh añade además a la narración no pocas dosis de ironía para divertirnos con tipos y situaciones que, además, ponen en solfa a determinados comportamientos, clases sociales e instituciones. Y todo ello respetando la regla de oro de construir un suspense tan sólido como efectivo para conseguir que los espectadores se identifiquen con los “malos” y sientan temor a que sean descubiertos fracase un plan tan trabajosamente elaborado. Para pasar un buen rato.
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