(2) BLADE RUNNER 2049, de Denis Villeneuve.

30 AÑOS DESPUÉS
Tardamos mucho tiempo en reconocer y apreciar la originalidad y los valores de Blade runner (Ridley Scott, 1982), convertida merecidamente con el tiempo en película de culto por haber aportado novedad y profundidad al género de la ciencia-ficción. Sin llegar a su altura, el canadiense Denis Villeneuve (Québec, 1967) ha realizado una continuación situando también los acontecimientos en Los Ángeles, ahora en 2049, treinta años después de la primera parte.
Pero el cineasta responsable de interesantes títulos como Incendies (2010), Enemy (2013), Sicario (2015) y La llegada (2016) ha tenido que plegarse a las exigencias de la gran industria del cine USA en esta superproducción dotada de excesiva duración, demasiadas líneas narrativas secundarias, subordinación del rigor al espectáculo, convencionales escenas de acción, trilladas recetas morales, efectos especiales de discutible funcionalidad expresiva y alambicados enredos melodramáticos.
Ryan Gosling sigue las huellas de Harrison Ford —que también aparece aquí, la taquilla manda— en esta historia de humanos y replicantes, disciplinados policías y fríos exterminadores, seres que piensan y sienten frente a mecánicos robots, sociedad post-apocalíptica bajo el mando de unos implacables jefes cuyo origen y legitimación no se nos explica, un planeta degradado en estado de avanzada devastación…
Los guionistas Hampton Fander y Michael Green han elaborado una nueva distopía —una concepción pesimista del futuro por oposición a la utopía, una mirada optimista, idealizada, sobre el porvenir— mezclando géneros y estilos de diversas procedencias: el cine policiaco y negro, el relato de aventuras, la parábola política, la fantasía futurista, la fábula ecologista, etc. sin alcanzar la riqueza filosófica y la dimensión poética del Blade runner original.
Ahora los malvados continúan destruyendo la memoria —la identidad personal— de los pocos seres humanos que se rebelan sin aclarar demasiado las razones de su interés por construir un mundo poblado de esclavos sumisos. Muchas veces la superficialidad se disfraza de ambigüedad.
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