(3) REHENES, de Rezo Gigineishvili.

EN BUSCA DE LA LIBERTAD
Una grata sorpresa ha constituido este cuarto largometraje del desconocido Rezo Gigineishvili (Tiflis, 1982), que narra un dramático suceso ocurrido en 1983 en la pequeña república soviética caucasiana Georgia, que desde 1936 formaba parte de la URSS hasta su independencia en 1991 y su adhesión en 1994 a la Confederación de Estados Independientes (CEI) hegemonizada por Rusia. El realizador se documentó ampliamente para elaborar el guión escuchando numerosos testimonios directos y rebuscando en archivos oficiales, en periódicos y en grabaciones audiovisuales.
Rehenes es una afortunada mezcla de cine político y de thriller que describe en primer lugar la rutinaria vida dominada por la burocracia estatal, la vigilancia policial y el mercado negro en unos años 80 que ya presagiaban la próxima crisis y hundimiento del bloque comunista. Fue entonces cuando unos cuantos jóvenes privilegiados —estudiantes y artistas que buscaban una libertad de la que carecían— tramaron un plan para secuestrar un avión de pasajeros, aprovechando la boda de dos de ellos, para huir a la vecina Turquía. Pero todo falló y la aventura se convirtió en un sangriento episodio protagonizado por unos muchachos tan rebeldes como inexpertos que chocaron con un sistema que no toleraba la menor disidencia.
¿Qué les faltaba a estos hijos de políticos y funcionarios que no carecían de nada que fuera necesario en lo material? Para toda una generación europea —que tras el “telón de acero” surgió con retraso— la plena libertad fue una aspiración a disfrutar al precio que fuese. El magnífico cineasta —pese a todo— Elia Kazan había filmado Fugitivos del terror rojo (1953) para justificar su condición de delator de antiguos camaradas comunistas ante la presión inquisitorial del maccarthismo. La película era un panfleto tosco y descarado, nada que ver afortunadamente con la interesante Rehenes, un relato complejo con personajes bien construidos, con una concepción humanitaria del conflicto y una actitud respetuosa con las posturas enfrentadas. Una crónica, en definitiva, presidida por la compasión y muy bien realizada —montaje, ritmo, ambientación, diálogos, etc.— que nos muestra con precisión el clima social, político y económico de la capital, Tiflis, en aquellos momentos, incluyendo al influencia de la religión ortodoxa entre los opositores al régimen, tratada con desconfianza por el sistema.
Según declaraciones del propio director, los hechos fueron una consecuenica del sueño de quienes imaginaban el inaccesible y denostado Occidente europeo como un paraíso capitalista lleno de riquezas y de oportunidades para todos. Una ilusión que se desvaneció cuando algunos de ellos lograron llegar a ese ansiado mundo “libre”. El cineasta georgiano manifestó también que su intención había sido antes la de comprender que la de juzgar a las personas y los acontecimientos, que se convirtieron en una sangrienta tragedia a la manera clásica donde a veces se confunden los inocentes con los culpables, las víctimas con los verdugos, en un aquelarre presidido por la fatal idea de la muerte.
Para muchos veteranos cinéfilos, perplejos en esta clase de relatos, el punto de vista puede quedar atrapado en una íntima contradicción, la que deriva del contraste entre una vieja utopía fracasada y la inexcusable necesidad del respeto a los derechos humanos fundamentales.
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