(4) ANA, MON AMOUR, de Calin Peter Netzer.

UNA VIDA EN PAREJA
A la corta lista de selectas películas rumanas “de festival” que han llegado hasta nosotros hay que añadir, con todo merecimiento, Ana, mon amour, distinguida por sus valores artísticos en el último certamen de Berlín. Se trata de la adaptación de una novela de Cezar Paul Badescu convertida en guión, entre otros, por Calin Peter Netzer (Bucarest, 1975), hijo de un médico exiliado a Alemania durante el régimen de Ceaucescu y realizador de la interesante Madre e hijo (2013), Oso de Oro en el festival berlinés.
Ana y Toma son dos estudiantes universitarios que se enamoran. El film narra su relación a lo largo de una decena de años, con los primeros momentos de pasión, la boda, el hijo, su progresivo deterioro y la probable separación final. Todo ello plasmado en un excelente manuscrito lleno de matizadas observaciones y dotado de tanta inteligencia como objetividad, un trabajo que hubiera encantado al Ingmar Bergman de Secretos de un matrimonio (1973), aunque aquí el transcurso del tiempo —la evolución de la vida en pareja— se nos ofrece fragmentada, con secuencias que alternan el presente y el pasado, cambios temporales perceptibles por el diferente aspecto físico de los personajes.
El film nos muestra detalladamente los diversos momentos de la pareja —estados de ánimo, erotismo, sus respectivas familias, la situación económica, vivencias religiosas, sesiones de psicoanálisis, sucintas alusiones políticas, etc.— con un dramatismo y una sinceridad que acaban por atosigarnos casi dolorosamente. Lo paradójico es que Ana, que comienza siendo una enferma atrapada en la depresión y la ansiedad —malsano ambiente familiar, posible abuso sexual, ausencia de su padre biológico…— termina como una burguesa socialmente triunfadora en la nueva Rumanía capitalista mientras su marido Toma sobrevive estancado y desorientado, extenuado tras una larga e infeliz coexistencia.
Ana, mon amour destaca por su acertada ambientación, por el riguroso diseño de personajes y por la calidad de los diálogos, pero también por una puesta en escena en donde la cámara no cesa de moverse, cercana a los actores, para escrutar sus rostros mediante planos de corta duración montados con pequeños “saltos de eje”, unos fallos de raccord buscados a propósito —uno de los revolucionarios inventos formales de J. L. Godard o quizás un recurso obligado para ahorrar costes rodando con rapidez sin repetir tomas— para lograr la máxima credibilidad en escenas filmadas con la falsa apariencia de una total espontaneidad.
Película “de autor” acongojante, casi dolorosa, que relata con una enorme lucidez las dificultades de toda convivencia afectiva y el deterioro de una larga relación amorosa que, probablemente, nunca ha llegado a establecerse realmente debido a la imposibilidad de compaginar monogamia y libertad, sentimientos y razón, el yo y el otro. Un relato complejo, anti-romántico, que pone al descubierto las contradicciones —aquí insuperables ya que no se plantea la separación conyugal— de una existencia en común tóxica y paralizante, insana y vampírica, a causa de una mutua dependencia psíquica que anula toda posibilidad de autonomía personal en el interior de la pareja.
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