(2) TANNA, de Bentley Dean y Martin Butler.

MORIR POR AMOR EN POLINESIA
Con esta película se pasaron al género de ficción unos documentalistas australianos que la rodaron en una pequeña isla del Pacífico Sur con actores nativos no profesionales —que colaboraron gustosamente en el proyecto—, improvisando las escenas sobre la marcha y utilizando diálogos elaborados en el mismo momento según los ritos y costumbres ancestrales de la propia tribu actuante. Tanna, inspirada en hechos reales de los años 80, ha obtenido una docena de galardones en diversos festivales aunque a mí no me ha convencido porque estimo fallida la pretendida síntesis entre drama indigenista, documental de la Naturaleza y recreación antropológica.
Los antecedentes fílmicos son reconocibles: Moana y Sombras blancas (Robert Flaherty, 1926 y 1928) y, sobre todo, Tabú (F. W. Murnau, 1931), relatos etnográficos reconstruidos que han entrado en la Historia del Cine y que se han visto banalizados aquí por un falso realismo revestido poéticamente por un palpable artificio literario, todo ello con la intención de mostrar la inevitable evolución de un pueblo desde el primitivismo mágico al humanismo aportado por la moderna civilización, con la sustitución de la violencia y la venganza por la resolución pacífica de los conflictos —aunque se haya considerado el cristianismo como una imposición moral totalmente prescindible—.
En esta conocida progresión histórica late también el triunfo del deseo individual sobre la conveniencia del clan, la hegemonía de la conciencia personal sobre las reglas de la tribu, un hito fundamental que acabó consagrando la Ilustración —siglo XVIII— y, especialmente, el Romanticismo —siglo XIX— mediante el amor idealizado y la pasión sublimada, aunque ya William Shakespeare lo había intuido genialmente en su Romeo y Julieta (1595). Así fue como los matrimonios concertados por la familia o la casta iniciaron su lenta marcha hacia la extinción.
En Tanna resulta bastante obvio que la investigación sociológica se ha convertido en folklórico pastiche. Basta contemplar los castos encuentros de los amantes o los fugaces desnudos evitados constantemente por la cámara. Y por si quedara alguna duda, véase la preocupación esteticista con que se han elaborado los planos, con luces, colores y encuadres que convierten los paisajes y las figuras humanas en simples postales turísticas.
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