(3) LOS ÚLTIMOS DÍAS DEL ARTISTA: AFTERIMAGE, de Andrzej Wajda.

LA LIBERTAD DEL ARTISTA
Esta película constituye el testamento cinematográfico del prestigioso y galardonado Andrzej Wajda (1926-2016), que falleció unos meses después de terminarla. Se trata de un peculiar biopic sobre el pintor vanguardista polaco Wadyslaw Strzeminski, que sufrió la persecución de las autoridades de su país cuando el estalinismo, entre 1949 y 1952, impuso una nueva línea creativa en el arte: el llamado “realismo socialista”. Se condenaba así el “formalismo burgués” pero se caía en una esquematización propagandística en la representación del mundo que subordinaba la estética a la ideología, como también había sucedido en el campo opuesto —todas las dictaduras se parecen— cuando Hitler condenó el “arte degenerado” de las vanguardias para entronizar oficialmente un naturalismo épico a mayor gloria del III Reich.
El admirado pintor polaco —que había perdido un brazo y una pierna en la I Guerra Mundial— fue marginado por las autoridades expulsándolo de la docencia en la Escuela Nacional de BB. AA. de Lodz y desmantelando el Museo de Arte Moderno que había fundado en los años 30, condenándolo a la pobreza y la soledad hasta su muerte. Suya era la teoría —aplicada a la pintura abstracta, la no figurativa— de que las obras dejan una impresión en la retina y que sólo la subjetividad del observador, su mente, puede integrar después las formas expresivas para darles un determinado sentido. La relevancia dada a la percepción y valoración individual —en lo creativo y en lo receptivo— chocaba con las consignas políticas, dogmáticas, del nuevo Régimen.
Pero la manera de contar los acontecimientos quizás pueda perturbar las convicciones de algunos espectadores que aún compartan la ortodoxia marxista y discutan la manera de mostrar la historia de W. Strzeminski sin dejar de reconocer el talento fílmico del cineasta: véase la excelente escena teñida de rojo cuando la luz se filtra a través de la ventana tapada por las pancartas colgadas en el edificio o el sugestivo plano del escaparate con el maniquí colgando, similar al del Cristo de la iglesia destruida en Cenizas y diamantes (1958). Y no olvidemos que A. Wajda pudo rodar algunas obras maestras durante los años de poder hegemónico de la URSS aunque se ha permitido despedirse de la vida con este inteligente panfleto anti-comunista a modo de indignado ajuste de cuentas, recordando sin duda que su padre militar fue asesinado por el ejército soviético en 1940 (Katyn). Pero ahora es la extrema derecha la que gobierna en Polonia y en Hungría…
En la película, evidentemente, hay ideas y opiniones cargadas de razón: el intelectual “orgánico” del viejo comunismo pasaba por encima de la libertad de expresión personal para primar un compromiso político que no era sino una obediencia ciega a las consignas. El artista debe comprometerse, primero y ante todo, consigo mismo, con la coherencia y la honestidad. En todo caso, al servicio de los ciudadanos, del público, no de un determinado partido. La cultura y la vida, unidas indisolublemente.
No sé si la película, a estas alturas, despertará la polémica pero lo cierto es que debe verse. El protagonista aquí biografiado admiró a los informalistas rusos —también oficialmente repudiados— de la primera mitad del siglo XX: Kandinski, Malévich, Mondrian, Chagall y Rodchenko. Tuvo unos buenos maestros.
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