(4) NAGASAKI, RECUERDOS DE MI HIJO, de Yôji Yamada.

LA BOMBA, TRES AÑOS DESPUÉS
El veterano, prolífico y galardonado cineasta japonés Yôji Yamada (Osaka, 1931) ha vuelto a demostrar su maestría con Nagasaki: Recuerdos de mi hijo (2015), película realizada con ocasión del 70 aniversario del lanzamiento de las dos bombas atómicas que pusieron fin, con victoria aliada, a la II Guerra Mundial. Se trata de un melodrama intenso y sensible, un discurso de y sobre los sentimientos, lo cual no implica una catalogación peyorativa si consideramos que en ese mismo género alcanzaron la excelencia directores como Charles Chaplin o Douglas Sirk.
La película pertenece a la última etapa de la carrera de Yôji Yamada, la de los dramas familiares, en los que la huella de Yasujiro Ozu resulta muy palpable. En ella ha desplegado todas sus virtudes expresivas —sublimadas por el lirismo, la emoción y la delicadeza— para elaborar un relato que trasciende el naturalismo para mostrar detallada y sosegadamente las relaciones entre una veterana comadrona de Nagasaki llamada Nobuko y su hijo Kôji —un estudiante fallecido el 9 de agosto de 1945 a consecuencia de la explosión nuclear—, un muchacho que se aparece a su madre tres años después de la tragedia. En el film ellos dos son los protagonistas absolutos y sólo la mujer —que asume el punto de vista de la narración— puede percibir las visitas de su hijo, con el que charla largamente, aunque también aparecen personajes secundarios como la ex novia, vecinos y conocidos.
La aparición fantasmal del joven muerto es un recurso dramático que sirve para articular el relato y dotarlo de una gran intensidad emocional. Un torrente de sentimientos, ligados a los recuerdos, que viene debidamente acotado por la música de Ryuichi Sakamoto —autor de las bandas sonoras de Feliz Navidad, Mr. Lawrence (Nagisa Oshima, 1983) y de El último emperador (Bernardo Bertolucci, 1987), entre otras —además de la inclusión de unos breves fragmentos de los sublimes conciertos para violín de Beethoven y de Mendelssohn—. Yamada se muestra enormemente respetuoso y admirador de la cultura occidental, especialmente del cine y de la música estadounidenses, preguntándose —a través de un amigo de la familia— cómo un pueblo capaz de crear tan hermosas obras maestras del arte pudo masacrar cruelmente a cientos de miles de personas con sus armas nucleares.
Hay una fiel recreación del contexto socio-económico de la posguerra en Japón (1948) y nos choca la profesión de fe cristiana de la madre, quizás por su creencia en la inmortalidad del alma humana y, con ella, la posibilidad de retorno de su hijo. Nagasaki: Recuerdos de mi hijo es una impresionante elegía que evoca a los muertos y desaparecidos desde el profundo dolor de los supervivientes. Lástima que el desenlace me haya parecido demasiado relamido con su colección de “bonitas” imágenes.
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