(2) NORMAN, EL HOMBRE QUE LO CONSEGUÍA TODO, de Joseph Cedar.

EL FARSANTE
El título español puesto a la película desorienta más que informa sobre el verdadero contenido de la misma, que en su versión original precisa mejor el carácter y trayectoria de su protagonista: Norman, el moderado ascenso y la trágica caída de un mediador neoyorquino. Se trata del quinto largometraje de Joseph Cedar (Nueva York, 1968), que se trasladó de niño con su familia a Jerusalén, donde estuvo varios años en el ejército antes de regresar a Estados Unidos para estudiar cine en la Universidad de su ciudad natal. Su carrera está llena de éxitos de taquilla y de premios en su país de adopción.
De este realizador sólo hemos podido ver aquí Pie de página (2011), un relato ambientado entre estudiosos talmúdicos, enfrentando la coherencia y la honestidad personales a la vanidad y la persecución del triunfo profesional. Norman, el hombre que lo conseguía todo es su primer film hablado en inglés, elaborado con un sólido reparto en el que destaca la presencia estelar de Richard Gere, que a sus 67 años se permite elegir ya mejores papeles, como en esta ocasión en que ha trabajado meticulosamente a su personaje, caracterizándolo con unos precisos gestos, una misma ropa usada, su alergia, su aparente discreción y timidez, etc.
Las intenciones son loables pero una excesiva ambigüedad acaba perjudicando el resultado. Si para el espectador Norman Oppenheimer puede parecer un mediador farsante, un “conseguidor”, un manipulador y un falso hombre de negocios que navega en el resbaladizo terreno de la política y las finanzas, el director y el protagonista contradicen esta percepción al manifestar que es un hombre desprendido, un buenazo que sólo desea hacer favores. Norman obedecería a un impulso de generosidad y no a un afán de beneficios económicos. No sería un estafador sino un buen samaritano. ¿De qué vive realmente? Por eso algunos comentaristas han relacionado este film con las idealistas fábulas políticas y morales de Frank Capra, donde prevalecen los valores humanitarios frente al egoísmo materialista reinante en este mundo.
El protagonista nos es presentado como un pobre fracasado, como un quijote errante con su comida barata y sin domicilio propio, dignificado por su altruismo y sus virtudes personales. Se esfuerza desinteresadamente en fomentar las relaciones de colaboración de los poderosos, haciendo favores y entablando contactos con el poder aunque su red de influencias se basa en mentiras y en meras apariencias. Su abultada agenda no evita su fracaso final, desenmascarado a partir de su encuentro con la agente de la embajada y con una especie de doble suyo que busca el ascenso social siguiendo su misma estrategia.
La evidente contradicción entre su falta de ética y la ausencia de motivaciones egoístas se resuelve —de forma bastante discutible— con un final ambiguo que parece absolverle de toda culpa después de que su “aliado” el primer ministro israelí intente la pacificación de Oriente Medio. Algo reiterativa y alargada en exceso, la película es portadora de brillantes ideas pero carece del rigor exigible en su materialización. Y así, podría haber subrayado mejor que en las altas esferas no hay amistades verdaderas sino intereses coyunturales y alianzas provisionales.
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